Seguidores

domingo, 27 de septiembre de 2009

Héroes de mi biblioteca

Noticias de ADN Cultura: Sábado 26 de setiembre de 2009 impresa


Por Jorge Fernández Díaz Director de ADNcultura

Mientras repaso algunos textos de esta insólita y atrevida reescritura de la Biblia, estoy tomando unos mates en mi casa, que queda en los suburbios. Es sábado, afuera se escuchan los pájaros y de vez en cuando el paso del tren de la línea Mitre, que va hacia Retiro o viene hacia el Tigre. Es una tarde soleada. Pasan las páginas y descubro un nombre y luego otro, y recuerdo un libro o un momento, un personaje, una escena, una sensación.

Recuerdo, por ejemplo, cuando Feinmann entró en mi oficina, en 1982, y me regaló un ejemplar nuevito de Ni el tiro del final, aquella deliciosa novela negra donde un pianista verborrágico intentaba chantajear a un empresario poderoso. O cuando Juan Sasturain me regaló, con esa eterna timidez irónica de quien jamás se la cree (ni se la creerá), aquel maravilloso librito de Legasa con la primera parte de Manual de perdedores, ilustrada por Haedo. También el momento exacto en que leí Los viernes de la eternidad , de Granata, y lo que me reí con Los amores de Laurita, de la Shua.

Recuerdo, sobre todo, lo que yo estaba haciendo en aquellos tumultuosos días políticos en los que devoraba La revolución en bicicleta, de Mempo; Siempre es difícil volver a casa, de Dal Masetto; Boomerang, del gran Elvio Gandolfo y Siroco, de Vicente Battista. Los escalofríos que sentí leyendo Villa, de Gusmán, y La vida entera, de Juan Martini. El sombrero que me saqué cuando terminé El mar que nos trajo, donde Griselda cuenta la inmigración como nadie. Y el extraño parentesco que sentí con Guillermo Saccomanno al cruzar El buen dolor, su obra maestra.

Dejo por un momento La Biblia , este extravagante e impertinente volumen de cuentos que lanza Emecé, para subir las escaleras y verificar si en mi biblioteca tengo todavía aquel lejanísimo Fábula de la virgen y el bombero , de Gorodischer, y Yo nunca te prometí la eternidad , de Tununa Mercado. Alguien me los robó. Suele pasar. Pero allí están las obras completas de Tizón, los cuentos completos de Valenzuela, tres o cuatro de los múltiples ensayos de Noé Jitrik, las antologías de Olguín (y su novela Lanús ) y los poemarios de Bellessi.

Al final busco y rebusco un libro reciente que había desaparecido. Reaparece en un estante lejano del living: Peripecias del no , de Chitarroni. "Luis -le dije mientras lo leía-, no entiendo casi nada pero está tan bien escrito que me gusta no entenderlo. Eso no es novela, es música, hermano."

No se podría decir que este conjunto de narradores formen una generación sino varias, y faltan nombres (Castillo, Rivera, Fogwill, Aira, Piglia, Chejfec, Guebel y más), como faltarían en cualquier lista finita y humana. Pero, si tuviera que explicarle a un extranjero quiénes han sido estos tipos audaces que tomaron el libro de libros como tema y punto de partida, tendría que decirle algo así: "Amigo, es lo mejor de cada casa; son los que han estado escribiendo libros, contra viento y marea, en mi país mientras todo se derrumbaba. Y algunas de sus obras son imprescindibles para entendernos".

Estoy seguro de que ese extranjero, si es más o menos leído, diría que sólo un grupo de argentinos tendría la osadía de meterse con la Biblia, y recordaría que Borges la consideraba "una antología del cuento fantástico". No otra cosa es este proyecto, cuyo propósito no resulta religioso sino literario. Aunque, claro está, para todos nosotros la literatura no es un arte sino una religión. Ojalá disfruten de esos relatos que publicamos antes de que lleguen a las librerías.
jdiaz@lanacion.com.ar

No hay comentarios:

Archivo del blog