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miércoles, 9 de septiembre de 2009

Ofrenda

Por J. M. Pasquini Durán

No tuvo una vida fácil y pasó penurias inenarrables. La desaparición de su hija menor, víctima del terrorismo de Estado, fue la más artera y cruel de las heridas.

Empezó muy pronto a ganarse la vida y a creer en el socialismo que llegaría alguna vez. Aún hoy, con las redacciones pobladas de mujeres, la mayoría muy jóvenes, es difícil imaginarla en la cuadra de los cronistas, deseada por algunos encumbrados miembros de la bohemia intelectual porteña y por muchos guasos que maldecían a toda hora.

Ella era única en ese –hasta entonces– reducto masculino donde los periodistas fumaban sin parar y se iban a dormir, por lo general de madrugada, empapados de alcohol.

En medio de todos ellos, como un lirio en el pantano, se plantó aquella muchacha atractiva, corajuda, que tenía arrestos de librepensadora mezclados a veces con pudores heredados de su hogar judío, cinéfila de alma, cuando todavía no había postergado la intención de hacer películas, y lectora insaciable porque le habían dicho que se aprende a escribir leyendo mucho.( sigue abajo) ...

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