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sábado, 5 de septiembre de 2009

Memorias del Presente - Entradas viejas de un presente que está vivo - Eduardo Aliverti Marzo de 2006

Los aniversarios terminados en cero revisten, en sí mismos, la misma importancia que cualquiera. Son diferentes culturalmente hablando, porque se los aprovecha para reflexiones quizá no más profundas pero sí más extensas. O más puntuales. Es así desde que el mundo es mundo y no tiene mayor sentido detenerse en eso.


En el caso del golpe militar del ’76, los 30 años que acaban de cumplirse carecen de un diagnóstico sustancial o parcialmente opuesto al de los 29, o los 25, o los 15.

Tal vez, antes o apenas después de que se consumara la decena pudo haber tenido un contenido distinto, porque muchos dudaban de que la estabilidad democrática hubiera llegado para quedarse. Dudaban o tenían miedo. Eran momentos de juicio a las Juntas, de guapos de ferretería con la cara pintada, de tomas de cuarteles.

Pero desde que eso se terminó y los militares pasaron a ser una imagen patética de la decadencia, sin más sentido de existir que el no animarse a preguntar para qué existen, todos los aniversarios se convirtieron en más o menos lo mismo: la reiteración del Nunca Más con una visión casi estrictamente militarista de lo ocurrido el 24 de marzo y, sólo en casos minoritarios, el apunte de que los militares fueron, “apenas”, el brazo ejecutor de las patronales económicas locales y extranjeras.

Lo que denominaríamos la historia oficial argentina nunca terminó de decir, con la convicción y el énfasis suficientes, que el terrorismo de Estado surgido en 1976 lo fue en función del terrorismo económico. Y que la bestialidad de los asesinos, con un método de exterminio masivo casi sin antecedentes en el mundo de posguerra (y sin el “casi” también), fue directamente proporcional a sus necesidades de extirpar cualquier vestigio de rebeldía popular.


No se trataba -no se trató nunca- de vencer al ERP ni a Montoneros. Tres meses antes del golpe, en el episodio que el fascismo criollo más se ha encargado de ocultar, el general Santiago Omar Riveros, representante argentino ante la Junta Interamericana de Defensa (algo así como el cerebro operativo de los militares del continente), había asegurado ante sus pares que las organizaciones armadas estaban derrotadas de manera terminal.

Y que el poder de fuego de la guerrilla se había extinguido con su frustrado asalto al batallón de Arsenales 601, Domingo Viejo Bueno, en Monte Chingolo, el 23 de diciembre de 1975. Cinco años después, el 23 de enero de 1980, al despedirse de esa Junta continental, Riveros -que en la dictadura ocupó la comandancia de Institutos Militares- dijo que habían hecho “la guerra” con la doctrina en la mano, pero que “al enemigo” no se le podía tirar “con flores”.

El tremendo detalle, en el que se nunca reparó con la necesaria contundencia, es que, según aquéllas palabras del propio Riveros en 1975, ese enemigo ya no existía al momento del golpe. Fue, ex postfacto y de forma irrebatible, el reconocimiento militar de que esa guerra de que hablan las Fuerzas Armadas no fue otra cosa que una de las cacerías humanas más espeluznantes desatadas desde el holocausto nazi.

El dato de esa confesión de ese criminal –en verdad no un dato, visto desde la acepción de novedad, sino el simple recuerdo de un testimonio histórico muy curiosamente no aprovechado por el pensamiento, digamos, progresista- es incluido en este editorial al central efecto de que canalladas como la teoría de los dos demonios sean objetivamente descartadas de plano y sin más trámite.

Vale, y suena a perogrullada pero no lo es vista la cantidad de imbéciles existente, porque uno toma lo que uno de ellos reconoció en un foro oficial, para que queden desmentidos ellos mismos. Eso da la pauta de que no tiene ningún sentido objetivo continuar deteniéndose en la explicación de lo que el fascismo intenta negar, y que sólo hay que dedicarse al presente que sobrevive al golpe. Parece o debería parecer mentira que, en lugar de abocarse a eso, muchos o algunos de los sectores más lúcidos o políticamente inquietos de la sociedad argentina discutan, por ejemplo, si el 24 de marzo debe ser o no feriado.

Cuánta pérdida de tiempo, más allá de las sanas intenciones que pueda tener tanto legítimo luchador, o intelectual, al plantearse la disección de cada cosa que ocurre rumbo a fijar la memoria como corresponde. Cuánto debate estéril o, peor, cuánto de resentimiento hay en eso de medir con obsesión quién aprovecha políticamente los grandes avances que se registran en la forma de revisar la dictadura.

¿Por qué, por caso, se trata de concentrar tanta energía en las especulaciones y jugadas del gobierno, que vaya si las hay, en lugar de tomar como una victoria de los incansables que se siga adelante en el juicio y castigo a los culpables; que la “historia oficial” dé cuenta de los asesinos; que los pibes aprendan; que la apuesta sea subida en vez de aguachentarla?
Un oyente de Marca de Radio, el sábado pasado, requirió la repetición de un editorial formulado desde este espacio hace ya bastante.


Un editorial en el que hablábamos de lo, entonces y ahora, concretamente actual y actualizado del golpe, a tantos años vista.

El artículo es del 2004 y, el oyente tiene razón, no se ve que haya que cambiarle nada. Como si fuera una declaración conceptual a la que cuanto antes pretendemos ver extinta, decíamos y decimos:

En cada idiota que pide mano dura para acabar con la inseguridad urbana, como si las causas del delito no fueran estructurales y, otra vez, se tratase de arreglar las cosas a sangre y fuego, el golpe está vivo.

En el registro de que no hay una clase dirigente de edad intermedia con cojones y eficiencia patrióticos, porque desaparecieron y asesinaron a los mejores cuadros técnicos y militantes, el golpe está vivo.

En cada dólar de la deuda, cuyo crecimiento geométrico nació con la dictadura y que sigue condicionando a, por lo menos, la próxima generación de argentinos (más allá del golpe de efecto de haber cancelado las facturas del Fondo, que son una mínima parte del total) el golpe está vivo.
En el atraso científico y tecnológico de la Argentina, porque una enorme porción de sus hombres más brillantes no tuvo otra ruta que un exilio del que la mayoría no volvió, el golpe está vivo.

En los estúpidos que confunden a los piqueteros con el enemigo, como se lo confundió hace 30 años, el golpe está vivo.
En esos amplios sectores desconcientizados de la clase media, que después de fantasear con las divisas baratas y los viajes al exterior del cuarto de hora milico volvieron a hacerlo con el amanuense milico Domingo Cavallo, y que volverían a equivocarse una y otra vez, el golpe está vivo.


En los periodistas y en los grandes medios de comunicación apologistas del golpe, intelectuales del golpe, escribas del golpe, y capaces de no ensayar ni tan sólo un atisbo de arrepentimiento en 30 años, el golpe está vivo.

En las cúpulas eclesiásticas que bendijeron las armas y las torturas y las descargas de 220 voltios en la vagina de las embarazadas, tan preocupados los monseñores y su séquito de miserables por el derecho a la vida, el golpe está vivo.

En las mafias policiales, que no reconocen su origen pero sí su desarrollo en aquellos años de repartir el botín de las casas de los secuestrados, el golpe está vivo.

En los votos a Rico y a Patti; en los votos a los candidatos empresarios que vieron crecer sus empresas en la dictadura, gracias al extermino de las luchas sindicales y a los negocios con los asesinos; en los votos a todas las crías milicas disfrazadas de intendente, diputado o senador, el golpe está vivo.

En la explotación agropecuaria concentrada en unas pocas y monumentales manos, el golpe está vivo.

En una Ley de Radiodifusión firmada en 1980 por Videla y Harguindeguy, y vigente 30 años después, el golpe está vivo.

En la desprotección gremial, en el trabajo precario, en la desarticulación del tejido social, obras todas paridas por los monstruos de 1976, el golpe está vivo.

En cada oprimido que reproduce el discurso del opresor, en cada pobre y en cada pobre diablo que se enfrenta con otro pobre y con otro pobre diablo, el golpe está vivo.
Como tampoco se trata de tener una visión tragicista de la historia, porque eso implica abonarse a las profecías autocumplidas de la derrota y la única derrota asegurada es la de los pueblos que se resignan y no toman nota de sus conquistas, a 30 años corresponde, también, decir que en muchos aspectos estamos mejor.


Ya no se violan los cuerpos así como así. Ya no tienen forma de hacer sin más ni más lo que les venga en gana. Ya los argentinos demostraron que tienen reflejos de resistencia activos y eficaces, contra el andar impertérrito de la clase dominante, muy por encima de cualquier sociedad latinoamericana. Ya siguen sin articularse los espacios populares, y algo de eso se reflejó el viernes en el acto de la plaza, pero la derecha tampoco tiene partido y, menos que menos, partido militar.

Ya tanto diputado y tanto senador no tiene la ocurrencia de continuar como si nada con su papel de oscuros gerente del sistema: les cuesta, los putean, los ignoran, y de hecho es mucho más lo que se interpela desde la calle que desde sus edificios lamentablemente casi inútiles. Ya la policía se cuida mucho más de lo que sus deseos le estimulan.

Ya los milicos no existen, que no quiere decir que los sectores del privilegio hayan renunciado a la violencia como última instancia pero sí que no les es tan fácil imponer condiciones. Ya hay mucha calle y mucha plaza que lleva el nombre de desaparecidos. Ya hay la anulación del Punto Final y la Obediencia Debida, y quizás de los indultos.

Según quiera verse, a 30 años todas esas conquistas pueden parecer caca de paloma. O bien una epopeya de los imprescindibles, visto que acá a la vuelta supo estar prohibido “El Principito”, y quemados libros en pira pública, y exterminados y torturados y exiliados decenas de miles de argentinos. ¿Cerramos en que las dos cosas son ciertas?

Y que tomamos la segunda para decirles a los asesinos y a sus mandantes: pudieron, pero no del todo.
Tan no del todo que acá estamos, diciendo estas cosas.

MARCA DE RADIO, sábado 25 de marzo de 2006
www.marcaderadio.com.ar

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