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sábado, 5 de septiembre de 2009

Notas antiguas - Cuentas sin saldar por Eduardo Aliverti ( fechado en Marzo 2004)

El miércoles que viene habrán pasado 28 años exactos. En un sentido no son ni siquiera un suspiro imperceptible.

Pero en otro, es demasiado tiempo como para que, además de facturas pendientes y puntuales del campo judicial, sobrevivan las dos cuentas-madre.

El golpe de 1976 y la masacre militar producida de inmediato cambiaron a los argentinos hasta un punto que sólo los mediocres sin retorno son incapaces de advertir.

No mucho antes del desplome de los asesinos, tras el delirio de Malvinas, se comenzó a percibir signos de autocrítica en el conjunto de la sociedad civil, que en el mejor de los casos contempló impávida y en el peor fue cómplice activa de la interrupción del orden constitucional.

Sin embargo, y más allá de las encuestas que revelan un apoyo masivo al régimen democrático (sin entrar a juzgar qué se entiende por democracia y qué por la profundidad de la que tenemos); más allá de los discursos de circunstancia; más allá de los gestos simbólicos y más allá de lecciones históricas, como el juicio a las Juntas, no hay una correspondencia estricta -ni mucho menos- entre el rechazo, el asco o la vergüenza que se manifiestan por lo ocurrido y tolerado, y la comprobación práctica de esos sentimientos cuando se los traslada a acciones concretas.

La cuenta de la forma en que el golpe cambió el mapa de la Argentina continúa vigente. Pese a todos los esfuerzos de luchadores individuales y organizaciones sociales, en todos los ámbitos, la historia oficial y el imaginario colectivo se las arreglan para convencer(se) de que el 24 de marzo de 1976 desembarcó porque sí una banda de carniceros humanos que, también porque sí, perpetró una de las matanzas en masa más horrorosas y significativas del siglo XX.

Es esa y casi sólo esa la lectura dominante, en lugar de establecer y detallar la forma en que las Fuerzas Armadas, sin perjuicio de su rol genocida ni de su carácter mafioso, fueron el instrumento perfecto de la patronal económica local y universal. En consecuencia, la cuenta de cómo la civilidad no adquiere conciencia efectiva de lo que implicó e implica el terrorismo de Estado sigue igualmente vigente.

Esto último no supone que el pueblo argentino volvería a ver pasar como si nada un intento golpista, pero sí que ese extremo hipotético no se condice con actitudes de enorme actualidad social.

En las fábricas cerradas y en una industria que jamás pudo reactivarse para aunque más no fuere recuperar el nivel de un país en vías de desarrollo, porque la combinación de extranjerización económica y timba financiera inaugurada por Martínez de Hoz apenas si sufrió sobresaltos en estos 28 años, el golpe está vivo.

En cada idiota que pide mano dura para acabar con la inseguridad urbana, como si las causas del delito no fueran estructurales y, otra vez, se tratase de arreglar las cosas a sangre y fuego, el golpe está vivo.

En el registro de que no hay una clase dirigente de edad intermedia con cojones y eficiencia patrióticos, porque desaparecieron y asesinaron a los mejores cuadros técnicos y militantes, el golpe está vivo.

En cada dólar de la deuda, de esa deuda impagable cuyo crecimiento geométrico nació con la dictadura, el golpe está vivo.

En el atraso científico y tecnológico de la Argentina, porque una enorme porción de sus hombres más brillantes no tuvo otra ruta que un exilio del que la mayoría no volvió, el golpe está vivo.
En los estúpidos que confunden a los piqueteros con el enemigo, como se lo confundió hace 28 años, el golpe está vivo.


En esos gruesos sectores de la clase media que después de fantasear con las divisas baratas y los viajes al exterior del cuarto de hora milico volvieron a hacerlo con el amanuense milico Domingo Cavallo, y que ahora insisten con querer salvarse solos sin desarrapados que les corten el tránsito, el golpe está vivo.

En el repugnante “yo no sabía nada”, cuando los campos de concentración se enseñoreaban en todo el país, hay un pariente no tan lejano del actual “a mí no me jodan que quiero trabajar” y entonces, también en eso, el golpe está vivo.

En los periodistas y en los grandes medios de comunicación apologistas del golpe, intelectuales del golpe, escribas del golpe, y capaces de no ensayar ni tan sólo un atisbo de arrepentimiento en 28 años, el golpe está vivo.

En esa misma prensa y en esos mismos canallas que siguen brindando espacios a secuestradores de bebés para que expongan sus argumentos, el golpe está vivo.
En las cúpulas eclesiásticas que bendijeron las armas y las torturas y las descargas de 220 voltios en la vagina de las embarazadas, tan preocupadas ellas y su séquito de hipócritas por el derecho a la vida, el golpe está vivo.


En las mafias policiales, que no reconocen su origen pero sí su desarrollo en aquellos años de repartir el botín de las casas de los secuestrados, el golpe está vivo.

En los votos a Rico y a Patti; en los votos a los candidatos empresarios que vieron crecer sus empresas en la dictadura, gracias al extermino de las luchas sindicales y a los negocios con los asesinos; en los votos a Bussi; en los votos a todas las crías milicas disfrazadas de intendente, diputado o senador, el golpe está vivo.

En la explotación agropecuaria concentrada en unas pocas y monumentales manos, el golpe está vivo.

En una Ley de Radiodifusión firmada en 1980 por Videla y Harguindeguy, y vigente 28 años después, el golpe está vivo.

En la desprotección gremial, en el trabajo precario, en la desarticulación del tejido social, obras todas paridas por los monstruos de 1976, el golpe está vivo.

En cada oprimido que reproduce el discurso del opresor, en cada pobre y en cada pobre diablo que se enfrenta con otro, el golpe está vivo.

Esta escueta lista podría ser cotejada con una mucho más grata, conformada por aquello que enseña lo muerto del golpe. Pero es ésta la que debe dejar en alerta permanente a los sectores más lúcidos de la sociedad.

Y la que debería promover alguna reflexión entre quienes creen que la muerte del golpe es definitiva y quienes caen en la trampa de reproducir, bajo formas renovadas, el ideario de los que hace 28 años desataron la más grande tragedia de la historia argentina.

MARCA DE RADIO, sábado 20 de marzo de 2004
www.marcaderadio.com.ar

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