Domingo, 14 de Junio de 2009 Suplemento Radar Página 12 - Argentina -
Los enanitos verdes
Aunque Estados Unidos se lleva todas las medallas de oro en Ufología, paranoia y encuentros cercanos de todo tipo, la Argentina compite a su manera://
Libros épicos escritos en idiomas extraterrestres celosamente guardados por los jesuitas de Córdoba, teletransportaciones interamericanas, una invasión anunciada sobre la laguna de Chascomús, cataratas secadas por visiones y hasta marcianos pungas que afanan celulares. Periodista escéptico y especialista en la materia, Alejandro Agostinelli decidió deponer su incredulidad y salió en busca de los casos y los protagonistas más emblemáticos de la ufología vernácula.
Invasores (Sudamericana) recopila esas investigaciones que acá presenta.
Por Juan Pablo Bertazza
Cada vez que en este país se menciona la palabra “marciano”, suele acudir a la mente esa canción de Andrés Calamaro que es “Fabio Zerpa tiene razón”.
Aun los que no son, ni nunca fueron, ufólogos, contactados, extraterrestres ni nada por el estilo la habrán escuchado mil, dos mil veces.
Pero es probable que ninguno de ellos se haya detenido en las profundas contradicciones que arrastra la letra: no sólo entre el escéptico y el crédulo sino también, dentro de los crédulos, entre quienes se los imaginan buenitos y quienes se los imaginan malditos: //
mientras Calamaro dice estar seguro de que los marcianos “están copando el mundo a traición”, la voz de Fabio Zerpa, mucho más baja que la del cantante, parece ir por otro carril totalmente distinto cuando confiesa, seguro, que los extraterrestres “deben venir en son de paz”.
Contradicciones de ese tipo aparecen desarrolladas no ya en los dos minutos de una canción pop sino en la pista alucinante de más de trescientas páginas que despliega el flamante libro Invasores.
Historias reales de extraterrestres en la Argentina del periodista Alejandro Agostinelli –uno de los que escribieron sobre ovnis a comienzos de los 90, durante el auge del periodismo de promoción de revistas especializadas como://
Conozca más y Descubrir, además de desplegar un exorbitante itinerario laboral que incluye la producción televisiva de Secretos revelados (ATC), Frente a frente (América TV) y Zona de investigación (Canal 9) más su trabajo como secretario general del Centro de Investigaciones Ufológicas (C.I.U.), y como editor en la revista Ufo Press–.
Sin embargo, ya un poco más alejado de ese escepticismo que le generó más de un dolor de cabeza cuando los editores de esas publicaciones le agregaban, por ejemplo, un título sensacionalista a sus notas equilibradas y un tanto desconfiadas, pero al mismo tiempo haciendo uso de toda esa experiencia, Alejandro Agostinelli se propuso reunir y profundizar algunas de esas historias insólitas que lo acompañaron durante toda su vida, más otras nuevas que le fueron llegando, como él mismo reconoce, “por casualidad”, con toda la ambigüedad y el misterio que puede generar esa palabra en un contexto así.
Tal vez ya no haya tantos reparos, tantos pruritos, sino más bien una mirada periodística, antropológica casi; la necesidad de mostrar y dejar fluir, desde el llano, los casos más estrambóticos, los casos más contradictorios, porque ahí donde hay contradicciones está el elemento humano; y ahí donde está el elemento humano, se sabe, hay una historia que contar.
LOS EXPEDIENTES ARXENTINOS
Son once los casos (en realidad el libro informa sobre algunos más) detallados hasta lo imposible, once casos con muy diversa probabilidad extraterrestre pero la misma certeza humana, once casos de gente solitaria de pronto rodeada de fugaz celebridad, once casos en que la realidad termina superando a la ficción al mismo tiempo que se le parece demasiado, algunos de los cuales conviene presentar por separado para deleite y asombro del lector:
1 Entre las incontables ediciones y traducciones del Martín Fierro, ese libro emblemático de nuestra literatura, que Lugones entroncaba sin ambages con la épica griega, habría una traducción al varkulets.
El ejemplar en esa lengua extraterrestre aprendida por Eustaquio Zagorski –trotamundos polaco que vino a vivir a nuestro país en 1929– permanecería en un archivo jesuita en la provincia de Buenos Aires, al que el autor intenta acceder durante todo un capítulo de intrigas y conspiraciones dignas de un Dan Brown gauchesco.
2 Cualquier ratón de hemeroteca puede encontrar en algunos diarios de fines de los ‘60 información acerca de un curioso caso de teletransportación entre Chascomús y México protagonizado por un matrimonio argentino, los Vidal.
Tal como descubre Agostinelli, el caso guarda demasiadas similitudes cronológicas y temáticas con Che ovni, una verdadera rareza dentro de esa bizarreada que era, por entonces, gran parte del cine argentino.
La historia detrás de esta película dirigida por Aníbal Uset, estrenada en agosto de 1968 y filmada en una serie de inauditas locaciones que incluyen nada menos que la tríada París, Buenos Aires y Londres, es un claro ejemplo de que hay explicaciones reales mucho más bizarras que la existencia de humanoides.
3 Un chacarero presencia consternado cómo un extraterrestre le roba su celular.
Como si fuera poco, el capítulo da cuenta de casos similares de contactos furtivos. El denominador común: el encuentro genera en los contactados una notable mejora de su rendimiento sexual.
4 Como las viejas películas que hacían demasiado sin ningún tipo de tecnología ni efectos especiales, tal vez éste sea el caso que más impacta con menos recursos.
No sólo por la falta total de marcianos, sino también porque el autor tuvo que escribir sin contar con un material indispensable que se perdió para siempre con la muerte de Víctor Sueiro:
Francisco García (“marciano de parte de madre”), un verdadero antecesor de José de Zer, hacía en la convulsionada atmósfera de la vuelta de Perón a Ezeiza, altísimos picos de rating, primero en el programa Teleshow (con Víctor Sueiro y José de Zer) y luego en Sábados Circulares, hablando no de aviones negros sino de una supuesta guerra entre los habitantes de Marte (los buenos) y Júpiter (los malos) que pronto, muy pronto, se iba a extender a nuestro planeta.
Hasta que una vez salió al aire, vía telefónica, una persona que lo conocía para finalmente desbaratar los planes de este charlatán: quienes realmente querían apoderarse de la Tierra no eran los jovianos sino los marcianos, dejando servido un debate apasionante que tuvo su final al mismo tiempo que dejó de saberse el paradero de García, una vez que fue demasiado lejos y no pudo postergar más el día de la supuesta invasión de cincuenta platos voladores en plena laguna de Chascomús.
5 Esta es la gema de todo investigador: el caso inconcluso, el rompecabezas que no cierra por ningún lado y, sin embargo, hipnotiza a todo el que se cruce con él: dos amigos, Fernando José Villegas y Juan Carlos Peccinetti se topan en el medio de una ruta mendocina, la madrugada del 31 de agosto de 1968, con una emboscada de cinco extraterrestres que proyectan en una pantalla las siguientes imágenes: una catarata de agua, una explosión atómica y, nuevamente, la catarata seca, como si se tratara de un mensaje pacifista.
Una de las “hipótesis racionales” más fuertes fue que los amigos del trabajo le habían hecho una broma pesada a Villegas, pero tan perfecta que, como dice el libro de Agostinelli, parece tramada por Spielberg. Hubo tanto revuelo con este tema que, desde entonces, Mendoza pasó a ser “la tierra del sol y del buen... OVNI”.
I LOVE ALIEN
“El tema de los extraterrestres me interesa desde que tengo uso de razón; en la primaria cuando hacíamos títeres, yo sacaba siempre marcianitos, yo era el marciano.
Creo que la cosa empezó como empiezan los juegos, buscando desde 1968 (cuando yo tenía cinco años) en diarios La Razón noticias que todavía tengo datadas.
Después, hubo una experiencia que tuve, más o menos, a los seis años y de la cual guardo un registro muy vago, tan vago que hasta podría ser un recuerdo falso, pero creo que sí me pasó: estando en Mar del Plata, en La Rambla, con mi familia, creo haber visto o escuchado algo relacionado con platos voladores: luces, muchas personas corriendo, noticias en los diarios del día siguiente.
Me cagué en las patas y, al mismo tiempo, escuché, poco tiempo después, que todo se había tratado de una confusión con gaviotas, tenuemente iluminadas por la ciudad. Esa primera experiencia morbosa significó una mezcla de temor y de decepción racional; a mí no me gustó que no fueran extraterrestres pese a que me daba muchísimo miedo la posibilidad de que lo fueran”, despega Agostinelli en un bar de Coronel Díaz y Santa Fe, a una hora desacostumbradamente nocturna para una entrevista pero ideal para perderse en reflexiones acerca de la posible compañía de extraterrestres y compañía.
¿Cuál es el caso que más te fascinó?
–Bueno, me interesó mucho el descubrimiento que pude ir haciendo de los hermanos Duclout, los primeros contactados argentinos.
Ellos eran espiritistas y encuentran a un informante de Ganímedes –el satélite más grande Júpiter– y eso es una novedad importante porque, en muchos países, los orígenes de los contactados se remontan al espiritismo o la teosofía, mientras que, en la Argentina, ellos eran conocidos, pero uno como director de cine –dirigió, entre otras películas, Los Pérez García– y el otro como divulgador científico.
Ese tema fue importante en mi vida porque cuando yo encuentro, en el año 1981, su libro acerca de los platos voladores, quedé impresionado.
Tanto que, como empezaba a vincularme con ufólogos, y había un investigador de ovnis, Rolando Coluccini, a quien yo respetaba mucho por su seriedad, decidí mandarle por encomienda el libro, gastando un montón de guita que no tenía. Me lo devolvió espantado y para mí eso fue un trauma.
A partir de ese momento nunca más supe de él, salvo que trabajaba en un casino. Pero yo mismo fui repitiendo, después, el comportamiento de Coluccini despreciando ese tipo de historias. Aunque el caso que más me impresionó y todavía me mantiene en vilo es el de Mendoza.
Aun cuando es muy probable que no haya habido extraterrestres, me sigue pareciendo un gran misterio.
Agrava el misterio el hecho de que ellos dos, los protagonistas, se dejaron de ver para siempre.
Cuando el libro se publica, lo fui a presentar a Mendoza, y se los mandé a ellos con una dedicatoria para cada uno.
De distinto modo, les dije que había sólo un código que yo respetaba profundamente y era la amistad, y si había algo más por enterarme que por favor me lo contaran. Pero no me contaron nada y eso que estaban muy agradecidos los dos.
Pasó algo gracioso: ellos hace tiempo que no se ven y yo les mandé los libros cruzados; entonces tuvieron que leerse mutuamente las dedicatorias.
Me encantaría conocer lo que pasó pero hay algo que se guardan.
El broche dorado del misterio fue que mientras uno de ellos, Peccinetti, me dice: “Flaco, dejá las cosas así y dedicate a cosas serias”; el otro, Fernando Villegas, totalmente reacio a charlar, me dice nada menos que eppur si muove.
Yo, personalmente, voy a seguir preguntándome que pasó en Mendoza el 31 de agosto de 1968, pero tal vez nunca lo sepa y, tal vez, esté bien que nunca lo sepamos.
El hecho de tener, en este libro, una mirada mucho más periodística, ¿te obligó a cambiar la forma de encarar los casos?
–Significó acercarme más a la gente pero la verdad es que nunca me costó hablar y es algo que me gusta mucho hacer. Me gusta escuchar y el otro se da cuenta y, finalmente, te cuenta la historia. Por otro lado, cuento con la experiencia de Frente a frente, el programa de América que produje y para el cual debía hablar con treinta o cuarenta personas por semana: gente que hablaba con la Virgen, gente que desayunaba con ángeles todos los días...
¿Pero no hubo alguien que te resultara más difícil?
–-Sí, Victorio Corradi, uno de los que entrevisto para el caso de Mendoza justamente. Yo sé que me tiene una terrible aprehensión por mi militancia de escéptico y lo sentí sumamente alerta cuando lo fui a ver, como si estuviera recibiendo al enemigo.
De hecho, fue el único que estaba tenso durante la charla. Pero aun así se aflojó y terminó revelándome cosas de su vida. El tema es que, en este momento, me quiere hacer una demanda y está enojado porque puse cosas que, según él, “nunca me pudo haber dicho”, pero yo tengo todo grabado.
Igual lo entiendo perfectamente, yo me iba dando cuenta de que me decía cosas que, por ahí, no quería contar, cosas que contradecía aquello que decía en los diarios. Pero, bueno, en treinta años uno puede cambiar de opinión, ¿no?
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