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lunes, 20 de julio de 2009

Invasores...Página 12 - Suplemento Radar - Segunda Parte

MARCIANOS ARGENTINOS

Al leer este libro –en el que sólo entran los casos sucedidos en territorio argentino– repiquetean, al menos, dos grandes paradojas que Agostinelli sabe llevar hasta el paroxismo por obra y gracia de un oído a la hora de investigar estos misterios, un rigor periodístico que mantiene a raya cualquier apresurada bajada de línea y un principio político con pocos condicionales y mucha exploración según el cual todos, incluso los que aparentemente están más desquiciados, dicen la verdad hasta que se demuestre lo contrario.

La primera gran paradoja es cómo estos casos que, en su momento, fueron tan relevantes a nivel social, hoy han caído en semejante olvido, como si entre la gente hubiera un pudor por haber tenido tanta credulidad, y la manera de castigarse y castigar fuera negándolo todo.
“Es que en la temática OVNI una historia renueva a la otra.

En el año 2005, por ejemplo, hubo un tope, una escalada por encima de lo admisible que fue la autopsia del extraterrestre, la bomba molotov que destruyó todo un género de revistas de seudodivulgación científica.

Esa autopsia fue creída por tanta gente, dio tanta guita y tanto rating que terminó siendo un quemo, reventó todo y da la impresión de que ya no se puede contar más nada”, explica con evidente enojo Agostinelli.


La otra paradoja tiene que ver con un viejo argumento usado hasta el hartazgo por quienes creen en extraterrestres para convencer a los escépticos:

¿Cómo se puede ser tan soberbio –dicen y siguen diciendo– como para pensar que estamos solos, que somos los únicos en todo el Universo? Lo cierto es que esa soberbia, ese narcisismo también dice presente entre muchos de los que creen, en tanto la construcción que se hace de los extraterrestres tiene que ver, inexorablemente,//

con la propia idiosincrasia, con la propia cultura; extraterrestres que se parecen más a nosotros de lo que estamos dispuestos a reconocer. Y eso sin mencionar la caterva de argumentos circulares y ad hoc como “no es posible verlos porque son invisibles” o “no es posible recordarlos porque el contacto con ellos es siempre vertiginoso, efímero”; con lo cual sólo quedaría el camino de la fe, una fe, en definitiva, que Agostinelli no duda en igualar a la de la religión, a la de la existencia de Dios.


“Sí, las historias tienen la idiosincrasia del lugar donde aparecen: las argentinas tienen un sesgo que no tienen las europeas ni las yanquis ni las brasileras que son más barrocas, más complejas y con mucho sexo. Una de las paradojas más alucinantes de la ufología es que se trata de la búsqueda científica de un fenómeno que se parece mucho a la religión.

Hay un contraste brutal entre la formación del ufólogo y la visibilidad o fugacidad de su objeto de estudio. Es un tema hacer ciencia sobre lo que no es, lo que por definición es lo no identificado, porque lo que no es puede ser todo, hay una imposibilidad ontológica. Ahora mismo, una de las novedades de la ufología clásica son los fenómenos furtivos: los ovnis son ahora perceptibles sólo por las cámaras, la tecnología, y no por los seres humanos.

¿En qué sentido lo comparás con la religión?

–En el sentido más profundo y en el sentido menos profundo; está lo teológico con los ufólogos que hacen teorías más complejas que la de la santísima Trinidad y jerarquías estelares tan rígidas como la de los santos, hasta cosas mucho más populares, como el tipo que ve una sombra y, a partir de ahí, construye todo un relato increíble, lleno de detalles.

Por otro lado, lo que importa no son las evidencias científicas sino las personas. El ufólogo escéptico busca la prueba o la falta de pruebas; al tipo que ya está convencido lo único que le queda por hacer es convencer al resto del mundo.

Nosotros, los periodistas, sólo debemos contarlo y yo tuve que contenerme a veces las ganas de decir lo que pensaba. Pero sí intenté dejar para el final del libro las historias más raras porque sentí que iba a tener preparado al lector con otra cabeza, más abierta, y así lo raro resulta menos raro.


LA VERDAD ESTA AHI AFUERA


Hay un detalle del libro que no debería pasar desapercibido a la hora de detectar, justamente, esa opinión que no suele dar explícitamente: Invasores se abre y se cierra con voces de escritores.

En un extremo una cita de Stanislaw Lem:

“Hay que educar a los niños para que no pateen cualquier objeto en un planeta extraño”.

En el otro, un relato imperdible de Héctor G. Oesterheld que describe a la perfección el afán de los ufólogos:

“En algún lugar de Marte se halla ese cristal. Para encontrarlo hay que examinar grano por grano los inacabables arenales. Sabemos, también, que, cuando lo encontremos y tratemos de recogerlo, el cristal se disgregará, sólo nos quedará un poco de polvo entre los dedos. Sabemos todo eso, pero lo buscamos igual”.

El cine y la literatura ayudaron mucho a moldear el imaginario extraterrestre, ¿cuál es la película más representativa de lo que encontraste?

–La película que cuenta casi todo lo que hay para decir del tema es Encuentro cercano del tercer tipo.

Ahí están representados, muy tempranamente, en el año 1977, los personajes centrales que construyen estas historias: el contactado, el científico, la mujer del contactado, el punto de contacto, el componente religioso, cómo llegan, el proceso, la transición entre el científico y el místico y las criaturas que siempre son parecidas a lo que nos imaginamos que son los extraterrestres.

También hay en ET algo muy interesante y es el mensaje religioso: no por nada, la figura del ET comparte con Jesús la muerte, la resurrección y la paz. Encuentro tantos paralelismos entre los extraterrestres y Dios que me gustan las películas que exploran ese vínculo.

¿Y los Expedientes X?

–Algunos capítulos de Expedientes secretos X son mejores que cualquier película.

Como por ejemplo el capítulo 20 de la cuarta temporada, “José Chung’s From Outer Space”, donde se cuenta el caso de abducción de una pareja que revela los continuos autoengaños de los que quieren creer, la complejidad de las percepciones, la facilidad con que el ojo entra en cortocircuito con el cerebro y cómo los investigadores inducen las conclusiones a las que desean llegar.

La investigación parece que avanza pero en realidad se pierde en infinitos caminos. No hay ninguna verdad y la verdad ni siquiera es la suma de todas esas percepciones, sino lo que cada espectador decide hacer con ella.


¿Cuál pensás que fue el gran aporte del programa?


–Consolidar algo que venía gestándose: la subcultura paranoica norteamericana que venía taladrando en el imaginario colectivo con historias de los grises que secuestran humanos, documentos que pretenden probar que el gobierno oculta información sobre estrellamientos de naves en Roswell; todo eso que estaba sucediendo desde los años ‘50, y que tarde o temprano debía ser explorado por la ficción.

Bueno, para mí explotó de la mejor manera posible con la serie. Y el hecho de que uno de los protagonistas sea más creyente y el otro más escéptico; y sobre todo que ella sea la escéptica le dio muchísima profundidad. Por ahí Lost no hubiera sido posible sin X-Files.

¿Por qué?

–Porque Lost, entre muchas otras cosas, llevó hasta el disparate aquello de cómo va a terminar y cuál va a ser la explicación final que para mí inició X-Files.

Es decir, ¿cuál es la verdad entre tantas posibles verdades? ¡Ninguna! Esto puede aplicarse a varios órdenes de la vida: mucha gente espera la respuesta definitiva y única acerca de sus dudas sobre un montón de cosas, y no siempre es así.

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