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jueves, 23 de julio de 2009

Recortes de Ensayos Literarios(Uno)

Por Orlando Van Bredan

(El Colorado-Formosa/Argentina)

In memoriam de M.

Ella es la primera de la fila, la más flaquita.

En esta otra es la tercera de abajo, puro cristal sonriente.
Lo mejor es la sonrisa decimos con Babi y Babi se cae, se hunde, nos hundimos en la infancia, el barrio, los amigos comunes que no eran tan comunes y yo como hermano mayor de Babi recuerdo aquel día en que él la corrió, la corriste, hasta la misma puerta de su casa.

Cosa de chicos dijo mamá ante el padre de ella, tan enojado, tan curiosamente furibundo. Entonces cuando Babi se pone así, nos ponemos así y le acerco el vaso de cerveza y le pregunto si el asado no se va a pasar y él se ríe y me dice que desde cuándo le voy yo a enseñar a hacer asado, que él es un especialista, cualquier cosa dice con tal de salir de esto que lo aprieta por todos lados, que nos aprieta y que es algo más que el sudor por la cercanía intensa del fuego.

Terminamos otra cerveza y otra y la historia de ella queda en el aire, flotando para otra vez, otra vez, otra vez, como una garza inocente que no deja de planear jamás, todas las veces que sea posible volver a ella, siempre hay una manera de encontrar la punta, de comenzar a desovillar esa triste-estúpida- desgraciada historia de Michela, la flaquita de la esquina como decían los muchachos que se juntaban, nos juntábamos, en la alcantarilla cuando todavía, cuando entonces no había asfalto.
El asfalto vino después, cuando ya, cuando cada uno comenzó a irse del barrio.

¿Qué cosa el barrio, no?

Qué Paraíso entonces me dice Babi y me muestra una con los Peceo, el Quito Alvarez y mi primo Raúl.
Qué pinta de camorreros dice Babi.

Claro que sí y a mucha honra le digo y empezamos otro día, otro sábado, otro domingo acordándonos de Michela, la vez que la corriste para tirarle una piedra, sos loco vos, si ella era un ángel, puro sonrisas como en esta foto que Babi deja caer sobre la mesa y en la que se la ve con el pelo mojado y las piernas flacas con minifalda y en la azotea del Colegio Nacional cuando terminamos quinto.

Yo estaba en Formosa cuando ocurrió, digo, y yo en Gualeguaychú, dice Babi, ya tenía la disquería. Abre otra cerveza. Será que la cerveza siempre nos pone tristones, le digo.

No, che, ya somos borrachos de alma, se ríe Babi, nos reímos, mientras mi cuñada y mi mujer preparan la ensalada en este verano de Entre Ríos y nuestros hijos andan por ahí peleándose, escuchando a Luis Miguel o hablando de amorcitos lejanos o posibles porque ya tienen edad; entonces le digo a Babi que Michela ya tendría como treinta y cinco.

Claro, me dice, tenía mi edad. Todavía falta mucho para el asado cuando suelta que para él todo estuvo preparado, le fueron creando la escenografía, si no, no se explica, no se entiende, no sé, dice y se sirve cerveza y yo aprovecho para preguntarle por qué asegura lo que asegura, y me dice que hace unos días lo vio a él con otra en un restaurant de Gualeguaychú, una mucho más joven, una rubia muy fuerte.

Un minón, le digo.
Sí, bueno, un minón, reconoce, nada que ver con Michela, dice Babi, una relación que seguro la tenía de antes, cuando vivía con Michela, cuando la llevó a vivir donde la llevó a vivir, fijate vos, al lado del cementerio, en los suburbios de la ciudad, casi campo.

Cuando se casó con Michela eran jovencitos, unos pendejos, yo estuve en la fiesta de bodas, por ahí anda una foto, ella puro sonrisas, puro dulzura, como siempre fue, a vos te consta porque nos criamos juntos.

Él, con el cuento de que quería vivir más cerca del frigorífico porque es veterinario a los pocos meses compró esa casita al lado del cementerio, y dejaron el departamento que tenían aquí sobre la Urquiza, pleno centro, te imaginás, qué cambio, del día a la noche.

Ella, según supe, se quejó pero poco, ya sabés cómo era, pura sumisión, y se fue a vivir ahí, tejido por medio con las últimas tumbas, condenada a salir al patio y encontrarlas siempre, siempre, siempre.

A ella le gusta esa tranquilidad, comentaba él en todas partes, porque él no se privó de salir, salía más que nunca, nunca estaba, desaparecía por dos o tres días y ella se bancaba, con la panza grande, desafiante, pura vida entre esas cruces mal paradas, dice Babi inspirado por la cerveza, de la última parcela del cementerio donde van a parar los más pobres, insiste Babi patético, los más tirados, donde aún es más triste la muerte.

Exagera, pienso, exagera siempre que se habla de Michela.

¿Por qué no se separó? Pregunto.

No es fácil, de afuera todo se ve fácil, dice Babi y llena el vaso y llena mi vaso y sigue, ahí tuvo el primer hijo, después una nena y enseguida nomás quedo embarazada del tercero; le faltó carácter para enfrentarlo dice mi cuñada que se acerca a la charla, a mí no me hace un tipo una cosa así dice mi mujer y yo no puedo evitar la indirecta y contesto que cada hogar es un mundo, que no hay experiencias iguales y todo lo que puedo argumentar para intentar ponerme un minuto en el cuero de Michela.

La madre, el padre, a veces la hermana, iban a visitarla pero según dicen por poco tiempo, el lugar era tan triste, tan feo que se me parte el alma decía el padre, uno no aguanta, decía la madre, yo también tengo una familia que atender decía la hermana, y Michela prometía ir a Concepción pero no iba nunca, simplemente sonreía y decía que estaba bien, que no se hagan problemas, pero siempre estás sola, insistía la madre, pero estoy bien, mamá, pero estoy bien, papá, pero estoy bien.

Y sonreía porque Miche siempre sonreía dice Babi y mi cuñada pregunta ¿Miche?, sí, Michela, dice Babi y revuelve las brasas y grita a la mesa que el asado ya está.

Otra vez, otro día, otro sábado, otro domingo, de este verano de Gualeguaychú que invita a destapar cervezas y a ponernos melancólicos porque a pesar de que todavía no pasamos los cuarenta, pobre de vos, dice mi mujer, vos pasaste hace rato.

A pesar de que no pasamos los cuarenta, insisto, recordar el barrio, la infancia, todo eso, se ha vuelto una costumbre. Yo era peleador, digo, muy peleador, me acuerdo cuando lo golpeé al judío Weibel, antisemita me dice mi cuñada, no, nada de eso, ese día nos hicimos grandes amigos, después de que la maestra me dio una flor de lección; yo también tuve mis peleítas, dice Babi, sí, dice Silvia, mi cuñada, la vez que la corriste con una piedra a Michela y otra vez, otra vez la punta del ovillo y Michela que aparece con toda su sonrisa y sus piernas flaquitas, insignificante, con sus tres hijos viviendo al lado del cementerio.

Mucha gente vive al lado del cementerio y no les pasa nada dice mi mujer; sí, es cierto, aclaro, pero no todos somos iguales. Michela era la alegría de vivir, era como plantar un rosal en un chiquero dice Babi y sirve cerveza.

El se abusó porque Miche era fácil de agredir, como cuando yo tenía cinco años y la corrí con una piedra, porque ella no se iba a defender, porque invitaba a someterla, a golpearla, porque siempre respondía con una sonrisa y él no pudo soportar esa sonrisa y la llevó a vivir al lado del cementerio, la condenó a mirar la muerte hasta que perdiera la sonrisa; estás exagerando dice mi cuñada, cuántos tipos hacen lo mismo dice mi mujer, para mí que la sonrisa de ella era una máscara, argumento, en el fondo era muy triste.

Puede ser, dice Babi, puede ser, y se sirve cerveza y se pone de pie y sigue diciendo puede ser, pero el asado se pasa, a la mesa, gurises, a la mesa.Esta es del casamiento. Fijate que no había cambiado mucho, dice Babi.

Nosotros estuvimos esa noche.

La familia de él, tan fría, tan distante; no parecía un casamiento, más bien un velorio; se casaron apurados pregunto; no, cosa de gurises, dice mi cuñada.

Entonces él la quería, interviene mi mujer.

Sí, seguro que la quería, era fácil querer a Michela dice Babi.

Seguro que él se calentó después con la rubia y se arrepintió, dice mi cuñada.

Entonces le creó la escenografía, dice Babi, la llevó a vivir al lado del cementerio, la abandonaba durante días y días, jamás la llevaba a ningún lado y ella no se atrevía a dejar solos a los chicos, no tenía con quien hablar, con quien reírse, sola, //
allí, al lado de las tumbas, y él como quien no quiere la cosa, como si en realidad le interesara coleccionarlas, fue trayendo armas de fuego a la casa, una escopeta de caza, un calibre 22 por si los ladrones, como vivimos tan lejos de la ciudad, en fin, seguramente esa tarde discutieron y mucho y él cargó los tres chicos en la camioneta y los llevó a la casa de los abuelos y la dejó sola sola //
//
sola y Babi no puede seguir hablando y yo no quiero escuchar, menos mi cuñada, ni mi mujer y los chicos discuten y escuchan “El día que me quieras” por Luis Miguel y la cerveza se calienta, se calienta, se calienta en los vasos.

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