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jueves, 23 de julio de 2009

Recortes de Ensayos Literarios(Dos)

Esta otra es aquí, en la disquería.
Entonces, te veías con ella, pregunto.
Fue una casualidad, aclara Babi y me esquiva los ojos. Miche espléndida, puro sonrisas como siempre, contra la sección Música de Grandes Orquestas. Con el pelo llovido, casi como mojado, y esa mirada que le nacía en un lugar impreciso del corazón, aclara Babi y yo también lo siento así.

La foto aparece junto a la PC en la sala de grabaciones, un lugar al que sólo llega Babi, una penumbra clandestina que está al final de un pasillo que anticipa otro pasillo que baja tres escalones y tiene una pequeña puerta.

No la volviste a ver, pregunto impertinente, a un hermano que ahora, recién ahora, empieza a sentirse molesto, o al menos a mí me parece, como si las confidencias sólo fueran posibles después de una cerveza en un patio de verano junto al calor de una parrilla.

¿No la volviste a ver?, insisto ahora como una pregunta, como un tiro de ballesta, como un disparo en la oscuridad de este atardecer de invierno en una cueva donde se graban CD a pedido y uno huele en el aire la húmeda presencia de cuerpos que alguna vez estuvieron aquí y han dejado sus señales. Sí, claro, nos volvimos a ver, ella necesitaba salir, no me lo decía pero yo me daba cuenta, dice Babi sin mirarme, como buscando algo en el monitor, siempre aquí en la disquería.

¿En este lugar?, pregunto como un detective que necesita otros datos. Sí, claro, en este lugar también. Lo dice y es fácil, entonces, imaginar a Miche entre estos anaqueles, contra esta pared también oscura, donde un Lennon en blanco y negro esboza una sonrisa y una luz roja obliga a esforzar la vista.

Esta es la última foto, dice Babi ahora sonriente, como si el pico de la tormenta ya hubiera pasado, lo dice mientras nos acomodamos en su auto, lo dice cuando saca del bolsillo la billetera y quita la foto carnet de ella que aparece entre algunos papeles de diez pesos, lo dice ahora casi deseoso de que pregunte por qué guarda esa foto y en ese lugar tan visitado, me obliga a preguntarle o a pensar por qué esta necesidad de tenerla tan cotidianamente, tan alcance de sus manos o de sus besos.

En realidad, me obliga a callarme, a no seguir preguntando, a mirar la hondura de una herida después de haberse quitado la camisa. La foto no es más que esas fotos que nos hacemos para cumplimentar un trámite, siempre con un gesto estereotipado y seco, sin embargo, es la última, es el último ademán de una mujer querida y eso la hace distinta.

Babi lo sabe y sonríe y conduce y no deja de sonreír y seguramente de pensar que por encima de todo, por encima de las lágrimas tapadas con esfuerzo, él tuvo este raro privilegio de tener su último gesto vivo, perpetuado en un papel.

Soy cruel, siempre tuve fama de cruel, de no tenerle miedo ni asco a la sangre y de faltarle el respeto al dolor. Mi madre siempre me lo dijo, Babi no me dijo pero lo ha pensado, es más fuerte que yo este deseo, tengo la frialdad del científico que antepone sus objetivos a sus sentimientos. Y lo que es peor, golpeo a traición.

Cuando el auto se detiene ante la casa de Babi, pregunto, sin mirarlo le pregunto: ¿por qué se mató, Michela, realmente por qué?

Recibe el golpe pero no lo devuelve, hubiera podido decir ya te lo dije, ya lo hemos hablado tantas noches de tantos veranos junto al fuego de una parrilla, no es suficiente acaso, él tuvo la culpa, él la llevó a vivir detrás del cementerio, todo eso me hubiera podido decir, pero no lo dice, deja la guardia muy baja, dispuesto a esperar todos los golpes que mi curiosidad, mi malsana, mi cruel curiosidad quieran asestarle, como si en realidad hace mucho que los esperara, hace mucho que los necesitara, sólo se vuelve para mirarme con la cara desdibujada por un llanto que se asoma limpio, purificador y largo largo largo.

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