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domingo, 19 de julio de 2009

Moonwalkers,por Leonardo Moledo - Suplemento Radar - Página 12 - 1ª parte.

Radar

Domingo, 19 de Julio de 2009

Moonwalkers

Mañana se cumplen 40 años de la llegada del hombre a la Luna: un día en que la humanidad entera se sentó frente a sus televisores (otro avance que no tenía demasiados años) para ver la transmisión desde el espacio (otra novedad).

Estados Unidos ganaba la carrera espacial, el mundo se sentía hermanado por un rato, los mayores nacidos en el siglo XIX coronaban una vida de destrucción y progreso por igual, los niños deliraban con los mundos de la ciencia ficción, los paranoicos creían que era todo un bluff y tres hombres con una computadora menos sofisticada que un celular llegaban flotando en una lata para dar el paso más célebre de la humanidad.

¿Cuánto se avanzó desde entonces? ¿Fue o no equivalente al paso del primer organismo que salió del agua para vivir en tierra firme? ¿Acaso no confluye en los recuerdos de ese día de abuelos, padres, hijos la historia del siglo XX?

Por Leonardo Moledo

Vi el alunizaje junto a mi abuela, en un televisor obviamente en blanco y negro, en un caserón del barrio de Flores.

Ella estaba pasmada: había nacido en 1889, en un pueblo español donde no había luz eléctrica, ni posiblemente agua corriente, ni radio, ni televisores, ni aviones, ni automóviles y ahora, en el curso de una sola vida, la suya, veía la imagen del descenso en la Luna –en tiempo real– transmitida por televisión desde allí.

El recuerdo es nítido: sacudía la cabeza en un gesto que bien podía significar “no puede ser”, no por incredulidad sino por una frase que estaba implícita en la expresión, y que por alguna razón no se formulaba: “no puede ser que yo esté viendo esto”; no puede ser que esto, indudablemente, esté ocurriendo.

Una utopía, un desborde de la imaginación contante y sonante.

Pero ocurría; yo, mientras tanto, me sentía invadido por algo grandioso, una culminación, un éxtasis, un pináculo de la aventura humana, la resolución de una tensión que había empezado allá por 1957 con el bip bip del primer Sputnik, que dejó al mundo literalmente paralizado y mudo de asombro.
Pero, aunque entonces yo no lo sabía, era mucho más que la culminación de la carrera espacial, resuelta, para tristeza de mi familia –nada se sabía, o mejor dicho sí de sabía, pero se negaba cínicamente, del gulag– en favor de los Estados Unidos y no de la Unión Soviética, que había acumulado resonantes éxitos, uno tras otro desde aquel Sputnik primitivo e inicial... Primitivo... Nada menos que el Sputnik...


Eso da una idea del correr y el vértigo de los tiempos.


Pero en realidad, era mucho más que eso: la historia había empezado en 1610, cuando Galileo enfocó su telescopio casero –que no competiría con un par de binoculares de juguete de hoy– hacia la Luna, y en vez del dictum aristotélico de la perfección, vio montañas, cráteres y (lo que creyó) mares, es decir, nada de aquel éter metafísico que formaba a los cuerpos celestes, sino un amasijo asqueroso de rocas, polvo y escombros.


Desde ese momento, la suerte estaba echada: así caería hecha trizas la barrera aristotélica que separaba lo sublunar de lo supralunar, y al disolverse la radical diferencia ontológica entre la Tierra y la Luna, al convertirse la Luna en una roca más, como la Tierra, la conclusión era lógica: había que ir allí.

Era el tiempo en que culminaban los grandes viajes que llevaban a todo el globo el progreso y la destrucción; la distancia, entonces, no era sino un obstáculo terrestre que la razón y la técnica superarían; ya se vería cómo.

Mientras tanto, tomaban la delantera los novelistas –empezando por el mismísimo Kepler: el barón de Münchhausen y Rudolf Erich Raspe, Cyrano de Bergerac, Flammmarion, Hans Christian Andersen, Julio Verne–.

Ahí estaba el objetivo.

Descenso en la Luna, 1969.

Todavía se mataba en todas partes, seguía adelante la guerra de Vietnam –que se resolvería pocos años más tarde– y había habido Argelia; hacía sólo 24 años que se habían cerrado las cámaras de gas y menos tiempo aún había pasado desde que se comenzara a desmantelar el gulag stalinista; se había cercado al átomo, se lo había estrujado y dominado, e Hiroshima y Nagasaki habían sido pulverizadas por el fuego de la radiación.

( ...continúa abajo...)

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