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miércoles, 8 de julio de 2009

Do de Pecho.Por Rubén Amón

(Do)mingo y Flamingo

Antena 3 divulga desde el 5 de julio una nueva serie de Los Simpson. Incluido el episodio en que aparece Plácido Domingo. El tenor coincide con Homer en los vestuarios, le anima a dedicarse a cantar y se concede un ejercicio de autocrítica:
"Me llamo P-Mingo", dice el cantante con los michelines y las canas a la vista.

La sutileza implica que Domingo le quita la primera sílaba al apellido. Y no es cualquier sílaba, sino la que resume la nota sobreaguda del registro varonil: el do, o el do de pecho. Quiere decirse que Pláci(do) ya no consigue subirse tan arriba en el trapecio, aunque las dificultades en las zonas de vértigo nunca han contrariado su carrera.

La prueba está en que acaba de acceder al olimpo occidental de Los Simpson. Ningún español, a excepción de Ferrán Adriá, ha logrado un cameo en la serie norteamericana, aunque a Domingo no debe sorprenderle su naturaleza en dibujos animados.
Ya fue el tenor un personaje de los Teleñecos en Barrio Sésamo. Le bautizaron como Plácido Flamingo. Le representaron como un flamenco. Y le atribuyeron una versión insólita de 'Funiculí, Funiculá' que termina con otro pájaro, o sea, un gallo.

Plácido Domingo tiene una estrella en el bulevar de la fama de Hollywood, colecciona los premios Grammy compulsivamente y ha sido designado doctor honoris causa por la Universidad de Oxford. Puede que unas y otras distinciones no arrebaten a sus detractores, pero redondean al mito y lo relacionan con aquel sondeo que la BBC dirigía la crítica internacional: "¿Cuál es el mejor tenor de la historia?"

Plácido Domingo aparecía en cabeza de la lista. Superando el mito de Caruso y destronando a Luciano Pavarotti, rival encarnizado de Plácido antes de que Carreras oficiara la ceremonia de la reconciliación en el espectáculo de Caracalla.

Quizá sea estéril plantearse la cuestión de la hegemonía. La militancia y el apasionamiento de la ópera radicalizan el impulso arbitrario de las candidaturas. Hay 'tifosi' que consideran incuestionable el número 1 de Gigli, o de Corelli. Como existen aficionados para quienes el refinamiento de Kraus o la técnica de Björling no admiten otros ejemplos discutibles.
¿Es Domingo el mejor tenor de la historia? La pregunta requiere un ejercicio de perspectiva. Plácido está tan presente en nuestros días que no es fácil extrapolar su 'expediente' a un espacio de análisis más o menos objetivo, aunque el factor de la contemporaneidad no impide reconocer la envergadura de sus proezas ni la ya dimensión histórica de su carrera. Empezando por las evidencias estadísticas. Ningún tenor de la historia ha sido tan versátil ni camaleónico sobre el escenario. Domingo ha protagonizado 130 papeles distintos. No con el ansia de un 'recordman', sino con la hondura y la curiosidad de un artista comprometido.

El ejemplo más elocuente es el del repertorio wagneriano. Estaba claro que la voz oscura, granítica y penetrante de Plácido respondía al ideal del heldentenor (tenor heroico). También era evidente que la 'intromisión' de Domingo en la secta de Wagner iba a provocar la iracundia de la militancia, pero el cantante madrileño tuvo el valor y el mérito de oficiar los papeles Lohengrin, Parsifal y Siegmund en la colina sagrada de Bayreuth. Le aclamaron como al más iluminado de los sacerdotes. Por eso nos equivocábamos quienes hemos reprochado antaño a Domingo sus veleidades con la tuna, los mariachis o Paloma San Basilio. No porque nos guste semejante mestizaje ni porque apreciemos la horterada, sino porque las extravagancias comerciales de Plácido nunca han descuidado ni perjudicado su naturaleza de tenor absoluto.

Absoluto por la personalidad escénica. Absoluto por la ubicuidad. Absoluto por la dimensión artística. Absoluto porque los años pasan sin que puedan mencionarse motivos de peso a favor de una retirada. Absoluto porque tutea a Homer Simpson.

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