jueves 21 de mayo de 2009
Sonríe, te están filmando
No es lo mismo con mochila que sin.
Con cartera que sin ella.
Con bolsas de “recién compré”, que sin bolsas.
No es lo mismo, aunque sean tus cosas, antes de entrar a ese lugar.
Le damos nombre a ese lugar: supermercado, farmacia, local de ropa. Por ejemplo.No es lo mismo, porque algo nos detiene.
Como siempre, si algo pone frenos, es la conciencia. Aunque no hiciste nada todavía, no diste ni un solo paso, alguna advertencia te sopla en el oído izquierdo: ¿qué era lo que traías dentro de la mochila?Pareciera que van a sonar las alarmas.
Están por hacerlo.
Todas esas espaldas blancas laterales que parecen dormidas, seguro gritarán cuando le saquen radiografía a tus pertenencias. Una mini aduana, digamos, que si se complica, te va a obligar a mostrar las tripas de tu mochila, o de la cartera para la dama, o del portafolio para el caballero.
Buchonas: a veces sólo gritan, porque la cajera –tonta, le pagan poco, trabaja mil horas, qué querés– se olvidó de quitarle el código de barras, bautismo capitalista que le ponen todas las empresa antes de enviar sus dulces productos al mundo.
¿No es una ternura?Comprar algo en un bazar, en una farmacia, en una casa de ropas, es todo un proceso, un tratamiento, una preparación mental, porque hay que atravesar ese himen entre el sistema de seguridad y la calle, y eliminar la paranoia de que no somos portadores de bolsos que levanten sospechas (ni vamos a violar nada).Por las dudas, no sea cosa, mejor no lleves un bolso vacío y huesudo. ¿Qué pensás cargar en él? Ojalá que no te gusten las grandes carteras.
¿Qué entraría en uno de los compartimentos?
Ojalá que nada de eso, porque un mínimo espacio, equivale a un bolsillo gigante, al interior de campera que usaba la vieja delincuencia para llevarse lo que no le pertenece. Chorros, vos tu vieja...Y si venís de la calle con todo eso, adentro te espera un locker. ¿Lo ves? Te está guiñando un ojo el número 15. El nuevo cuadradito rojo está diseñado para que con solo una moneda de 1$, puedas guardar tus cosas. Eso: tus cosas, lo que te quema en las manos apenas diste un paso, porque momentáneamente, son el vehículo del crimen.
No sé quién, ni cómo ni cuándo, pero algo te hace pensarlo así. La mitad de tu cerebro está adiestrada como la mente de un delincuente. Podés lograr pensar sus trampas.
Momento: ¿moneda de 1$ para el locker? ¿Una moneda reluciente y nueva?
Un dilema.
El cambio no circula y las monedas de 1$ son las abeja reina entre las de diez y cinco centavos. Las favoritas de la familia, las que nos llevan sobre ruedas y sobre rieles hacia todos lados. ¿Para que se las lleve un cuadradito rojo? Ni lo sueñes. ¿O sí?Supongamos que sí. Que no sos celoso de tus monedas, que tenés plena confianza en el funcionamiento del locker y hasta te sentís halagado de que las empresas piensen en un servicio para vos.
Aunque ya te sientas liberado para comprar –nada de peso por aquí, nada que llame la atención, por allá- hay una sombra. Que te mira.Te mira, supongamos, cuando probás el perfume de un desodorante contra su tapita. Cuando lees la etiqueta del shampoo para no dejarte seducir exclusivamente por el aroma. Cuando quitás ese vestido del perchero para verificar modelo y color, pero sobre todo, talle.
La sombra va a estar atenta.
Se mueve, tiene cartelito plastificado con su nombre, trabaja para una compañía de seguridad.A la sombra no le gusta que te muevas en direcciones raras (que cambies de pasillos con rapidez, por ejemplo).No le gusta que te agaches para mirar el precio de un producto que está al pie de la góndola (ni te quedes allí, por mucho tiempo y de cuclillas).
No le gusta que lleves dos o tres productos en la manos y menos que sean cuatro contra tu pecho porque se te caen (es que no pensabas comprar tanto…)A la sombra no le gusta que acumules prendas colgadas de tu brazo hasta entrar al probador.No le gusta que te acerques demasiado y leas las etiquetas de las toallas femeninas, cosa de no equivocarte esta vez y llevarte las que no son.Yo diría, que, para resumir: no le gusta que pasees, ni compares demasiado, ni te detengas a pensar.
No le gustas vos.
Y no creas que por preguntarle a tu ingreso “está bien entrar con este bolso?”, o confesarle que podría sonar la alarma porque cargás con cosas que tienen código de barras, la sombra va a dejar de mirarte o controlar tus movimientos. Perdonarte en tu soledad de consumo.
No.
Tiene un programa que es el mismo que el de las cámaras cuando te persiguen con sus ojos de chip. ¿Ya te viste en un cuadrante a todo color mientras pagás? ¿Saludaste? Las camaritas, esas chiquititas, las que están en los techos de tu comercio amigo, en pasillos de edificios, en ascensores.
¿Las ubicás?
Bien.
Igual armate de paciencia, todavía te falta la última hazaña: pagar en caja y asegurarte de que atravesarás la línea roja, sin tachas, y te irás con tus cosas (tus “nuevas” cosas), como un Indiana Jones pero pacífico, como una diva de cine a la que nunca se le ocurriría semejante barbaridad.
Tranquilo y confiado todavía titila el 1% de tu incertidumbre: ¿y si suena? ¿Y si la buchona se despierta? Hasta último momento, tu buena moral está en juego. Te dan ganas de cerrar los ojos cuando das ese paso, porque el silencio se parece al del subte: en cualquier momento se cierran las puertas.
Deadline, tiempo límite. Un mal movimiento y estás en la mirada de todos, alborotándote sobre vos mismo para explicar que pagaste hasta el último centavo, que acá tenés la boleta. Dando, en definitiva, justificativos sobre lo que hiciste bien.Si nada de eso sucede –nada se agita, nada suena– se te aparece la sensación de haber recuperado tu buen nombre y apellido.
Te vuelven al documento y hasta en un leve gesto infantil, te gustaría contestarle a la sombra: “¿ves que al final, yo no era lo que pensabas…Ves, ves, ves”.Pasás ese cartel de Juárez. Ahora estás en riesgo, pero afuera, con otra sensación de asfixia, aunque menos controlada.Sonreí, ya no te están filmando, ya nadie te vigila.
Ahora podés volver a ser extrañamente libre.
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