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miércoles, 8 de julio de 2009

Las grietas del Imperio Rojo. Problemas en el Lejano Oeste chino

Las grietas del Imperio rojo

7 de julio de 2009.-

La injusticia que supone medio siglo de represión, asimilación cultural y ocupación en el Tíbet cuenta con el (casi) atenuante de que al menos el sufrimiento de su gente no ha caído en el olvido. O no del todo. El misticismo que rodea el antiguo reino del Himalaya, el carisma del Dalai Lama y la irresistible atracción de Hollywood a las causas perdidas -sobre todo si son populares-, ha mantenido al Tíbet de actualidad. Xinjiang nunca ha tenido esa suerte.

La Región Autónoma Uighur sufre el mismo trato por parte de Pekín, con la diferencia de que a nadie parece importarle. Los límites a la libertad religiosa, las detenciones sin garantías judiciales y la constante presencia de las fuerzas del orden en la vida diaria de tibetanos y 'uighures' son, sin embargo, males secundarios ante la más demoledora de las armas que el régimen comunista emplea para mantener bajo control a sus dos grandes provincias rebeldes. Es la política migratoria o lo que las organizaciones humanitarias describen simplemente como un "genocidio silencioso".

El masivo traslado al Tíbet y Xinjiang de miles de chinos de la etnia mayoritaria 'han', otorgándoles privilegios que les hacen prosperar por encima del resto, ha marginado a los habitantes originarios a la vez que erosionaba de forma irreparable su identidad. En Lhasa y Urumqi, las capitales regionales, los locales son ya una minoría frente al empuje de la diáspora china.

Las tensión entre la población autóctona y los recién llegados, siempre latente, explota de vez en cuando y crea incredulidad en una población china que desconoce, gracias a la censura, el trato que sus autoridades otorgan a las minorías. "¿Cómo pueden ser tan desagradecidos, con todo lo que hemos hecho por ellos?", se preguntaban los internautas chinos cuando hace un año fueron los tibetanos los que se rebelaron en las calles de Lhasa. Ahora que arde Xinjiang, los foros de Internet vuelven a llenarse de preguntas similares.

El empeño de las poblaciones del lejano oeste chino en mantener su independencia respecto a Pekín desespera a unos líderes que han acompañado la represión con ambiciosos planes de desarrollo que han mejorado carreteras y hospitales. El problema es que esas transformaciones se han hecho a menudo dejando atrás a los locales y pasando por encima de sus tradiciones. El último ejemplo ha sido el comienzo de la demolición de hasta el 80% de la Ciudad Antigua de Kashgar, histórico mercado de la Ruta de la Seda, dentro de un plan para dispersar a la población 'uighur'.

Los 'uighures' de Xinjiang, de religión islámica y lengua turcófona, se sienten étnicamente cercanos a Asia Central y en ningún caso chinos. La región había formado parte del Turkestán antes de que Rusia y China se la repartieran en el siglo XVII. Después vivió varias declaraciones de independencia y, tras subsistir a duras penas entre sus vecinos gigantes, fue invadida por Mao en 1949. Pekín se hacía con lo que bautizaba como la 'Nueva Frontera', extendiendo su influencia hasta Asia Central y mostrando el lado más colonialista de la China comunista.
La justificación de Pekín para invadir, ocupar y dominar tanto a los tibetanos como a los 'uighures' no es nueva: la necesidad de liberar a sus pueblos -no importa que no lo hayan pedido- y ofrecerles todas las virtudes de una civilización que ni aceptan ni desean.
El comportamiento de China en el Tíbet y Xinjiang, ignorado por Occidente en pos de beneficios comerciales, debería importar a sus políticos principalmente por el sufrimiento que infringe en millones de personas.

Como eso parece mucho pedir , cabe esperar que al menos sea tenido en cuenta por la naturaleza que revela en un país con ambiciones de próxima gran potencia. Hablamos de la China que Jasper Baker describe en su libro 'The Chinese' como "el último imperio que todavía se mantiene en pie". Y no está de menos que en Washington o Bruselas tomen nota de lo que está dispuesto a hacer para seguir siéndolo.

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