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miércoles, 8 de julio de 2009

Un hijo de Pijos -" Bajo el signo de Marte"- por Alejandro Gándara " El Escorpión"

Un hijo de pijos

7 de julio de 2009.-

Bajo el pseudónimo de Fritz Zorn ('zorn': ira o cólera, en alemán), apareció en 1977 en la editorial Kindler, 'Mars', la autobiografía de un suizo de 32 años, profesor de literatura, que murió al día siguiente de entregar el manuscrito. Anagrama lo publicó en 1992 con el título 'Bajo el signo de Marte', y todavía puede encontrarse en librería.
El autor padecía un cáncer y el libro trata de las vinculaciones de la enfermedad con la educación recibida por el autor en el seno de una familia de la alta burguesía suiza, dentro de la conocida 'Orilla dorada' del lago de Zurich.

Tal educación, coincidente con la forma de vida de los progenitores más que con un sistema explícito, tuvo como resultado aislarle o alejarle de las miserias y complejidades de la vida exterior mediante una dogmática armonía que eludía la disensión y la discusión, los tabúes y la mezcla con los otros, aderezada con la consabida hipocresía cívica. Una especie de dialéctica de la no-vida, pero sin dialéctica.

Objetivamente, el relato es una demolición sin respiro de una familia castradora en su pasividad y aceptación, bastante imbecilizada y espiritualmente degenerada. El muchacho se coge una depresión a los 17 y ya sólo la suelta para morir de cáncer, algo que agradece pues le permite acabar con la disociación entre la herencia recibida y las impotencias de todo orden que no puede dejar de percibir en su relación con el mundo real (o sea, el de los otros).
El libro tuvo una acogida espectacular y en Francia llegó a ser un bestseller.

En resumen, aparte de condolencias, el autor recibió aplausos.

No será este el caso, pues el libro estaría bien, si no fuera porque se equivoca en lo sustancial, que es algo necesario para no acertar ya en nada.

Gran parte del texto es una diatriba, usando a los padres de trampolín, contra la burguesía, usos y costumbres. En ciertos momentos, la reflexión de Zorn se pretende política a causa de este sesgo. Habría que explicar que la burguesía fue una clase revolucionaria, que tuvo que desalojar un orden anterior y transformar aquel mundo impredecible de los honores, las pasiones y demás totalitarismos en un universo predecible a través, básicamente, del dinero. Así la trató Marx, no exento de admiración, pues gente como él no hubiera existido sin que la burguesía hubiera hecho su trabajo.
Si la burguesía es una clase transformadora y activa (hasta cierto punto) en sus relaciones con el orden, habría que preguntarse si hoy podemos llamar burguesía a lo que nos ha tocado: simples arribistas, por un lado, y una banda de hampones financieros e industriales, por el otro. En la actualidad, estamos ante una clase pasiva y completamente atontada, por la sencilla razón de que ya no hay burguesía en el sentido histórico del término, sino herederos. En cierto sentido, todos lo somos o todos aspiramos a ello.

Pero de lo que habla Zorn es precisamente de estos herederos, gente que nunca ha hecho nada, ni puede hacerlo y cuya única preocupación es distinguirse de los demás mientras les aterra la posibilidad de perder sus privilegios (heredados) y las conquistas que otros hicieron por ellos. Es lo que llamamos 'pijos'.
Un pijo no emplea su dinero ni su energía en nada, excepto en demostrarse a sí mismo (los demás son paradójicamente secundarios) que él es diferente, superior, señalado por la providencia genética. Y sus hijos suelen ser una especie de idiota en el que se mezcla la psicología del comprador compulsivo.

Zorn, en consecuencia, hace un alegato contra algo que no existe y le pasa por delante de las narices una realidad nueva, que es incapaz de percibir probablemente porque él es un hijo de pijos. De hecho, todo coincide: la culpa la tuvieron papá y mamá, y yo, que soy medio imbécil, no tengo ninguna responsabilidad en las elecciones que tomé en mi vida.

Por otro lado, como buen hijo de pijos, pijo él mismo, es incapaz de aceptar la enfermedad y enfrentarla, y así pasa a dedicar sus últimos días a la búsqueda de una justificación bastante terrible, porque le exculpa de todo y le conduce a una nueva y dogmática armonía: la que establece una relación entre la enfermedad y las desdichas de familia (pija).

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