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miércoles, 15 de julio de 2009

Delincuentes famosos,-archivo Siete Dias - 1974-

"VIVIR EN EL INFIERNO"(una entrevista de Alberto Agostinelli a Villarino para Siete Dias en 1974)

El televisor sigue prendido, aunque nadie lo mira.

Tres de los reclusos leen; dos conversan en la cocina, Villarino sirve un poco más de café. En la pantalla se ve una prisión: es una entrega de la serie Ladrón sin Destino. Con un gesto de su cabeza, Villarino señala el aparato y sonríe:

—Los guionistas del cine policial están atrasados más de una década.

—¿En qué sentido?

—En cuanto a las técnicas delictivas que muestran como novedosas. Lo que se ve hoy en le pantalla fue aplicado por verdaderos artesanos del hampa hacia 1960.

—¿Conoció a muchos?

—¡Qué le parece! A los mejores. Había uno que tenía un bocho... No comprendo cómo se dedicaba al delito con semejante inteligencia. También conocí a dos norteamericanos y a un francés que, en sólo tres trabajos, se llevaron más de 14 millones de pesos. Andaban con sopletes, herramientas de precisión y toda esa ferretería que hoy llama tanto la atención. Eran muy pillos y yo, de puro idiota, pensaba que los más vivos eran los más respetables.

—¿Usted tenía alguna especialidad? ¿Realizaba algún tipo de robo en particular?

—No, lo que le puedo decir es que nunca anduve de escruche (reventar cerraduras), de boleo (descolgarse como un gato para entrar en un departamento), ni de punga (carterista)

—¿Trabajaba con cualquiera?

—¡Por favor! Tenía un compañero o dos, salvo en el caso de Salud Pública. Pero generalmente trabajaba con dos: Osvaldo y Varela. Dejando de lado el hecho de que fueran delincuentes, irresponsables como yo, eran fieles, sinceros. Y yo lo era con ellos. No me pegaba con otro por nada del mundo: si el mejor pistolero del país me hubiera ofrecido hacer un trabajo con él, no habría aceptado.

Cuando me escapé por última vez, en 1960, ellos vinieron a buscarme. Y les dije que no les convenía seguir conmigo: yo era un caramelo (presa) regalado. Me buscaban hasta los bomberos. No les importó: estaban conmigo. En un sentido, eran buenos.

—¿En cuál?

—En saber cuáles son las reglas del juego: eran incapaces de ensuciar a otros con sus delitos. Eran duros, cerrados de boca. A mí no me gustaron jamás los soplones, como creo que no le gustan a nadie, ni a la policía. El bocón es un hombre sin dignidad, que no quiere a nadie y menos a sí mismo. Hasta quien escucha la delación sabe qué porquería tiene delante suyo. Con esto no quiero hacer apología alguna: el delincuente es dañino, sin vueltas. Pero el alcahuete es tanto o peor que él.

—En aquellos años, muchos se refrieron a usted. rotulándolo como un ladrón frío, cerebral. ¿Qué hay de cierto?

—Vea, creo que cualquier ladrón que se profesionaliza termina trabajando más con la cabeza que con las manos. Cuando entra en acción está menos nervioso que cuando invita a salir por primera vez a una chica que lo vuelve loco.

—¿Jamás se desespera?

—Por supuesto. Yo fui un fugitivo mucho tiempo. Usted no se imagina lo qué es vivir así. Es el infierno. No puede ir a ningún lado porque lo acechan hasta los buzones. Cuando localiza un aguantadero para pasar la noche, debe pagar fortunas para que le permitan entrar. A fines de la década de' 50, por dormir en el suelo de una cocina me cobraban 10 mil pesos ¿Sabe lo qué representaba esa cantidad? Así se me iba el dinero. Entonces uno se pone ciego, sólo piensa en una cosa, conservar la libertad.

Para ello debe seguir robando: para pagar aguantaderos y otras yerbas. Yo estaba enceguecido, seguía y seguía... Cuando mi hijo tenía cuatro meses, se enfermó fiero y lo internaron en el Hospital de Niños. Yo estaba prófugo y supe que tenían al chico en carpa de oxígeno. Me volví loco. Pensé que podía morirse, allí, sólito, sin nadie a su lado.

No dudé más y decidí ir a rescatarlo. Estaba fuera de mí. Sabía que los rati me estaban esperando allí. Pero conseguí un arma y casi hago esa locura. Por suerte, uno de esos compañeros que le mencioné logró disuadirme. Creo que, de haber ido, habría muerto esa misma noche.

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