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miércoles, 15 de julio de 2009

Delincuentes famosos,-archivo Siete Dias - 1974-

"ALGO QUE NUNCA HICE"

Entre abril y septiembre de 1957, Villarino reconoce haber consumado entre 25 y 30 robos.

Pese a lo que mucha gente supone, jamás mató a nadie. Muchos de los que conocen sus pasos agregan que, si alguna vez hirió a alguien, fue por un empujón; a lo sumo, por un golpe de puño. No es un descargo, pero tal vez contribuya a neutralizar lo que alguna vez se dijo injustamente de él: que era un "asesino despiadado".

—¿Cómo operaban en esa época?

—Simplemente, mirando. Donde veíamos una oportunidad, rondábamos con el auto, y en el momento oportuno bajábamos dos o tres, robábamos y a correr.

—¿De cuánto era el botín en cada hecho?

—Setecientos mil pesos, un millón, tres millones...

—¿Qué hacían después de consumado el robo?

—Guardaba el auto, iba a casa y le decía a mi esposa (yo me casé luego de salir de prisión, hacia 1957) que tenía un negocio que hacer en el interior. Ella ignoraba todo al comienzo. Desaparecíamos una semana y cuando se calmaba el ambiente, volvíamos. Finalmente, mi mujer terminó dándose cuenta.

—¿Y qué pasó?

—Me pidió que dejara, que nos fuéramos a Bahía Blanca, donde tenía familiares, para empezar otra vida, trabajando. Yo no quería, le decía que para qué: nunca habíamos tenido un tiroteo, la cosa era tan fácil... Cuando uno es joven y está loco, como lo estaba yo, piensa que cualquier cosa vale veinte.

Así me fue.

—¿Qué hacía con el dinero?

—Vivía bien.. Bueno, si eso era vida. Vivía bien en el sentido de que tenía auto, casa, diversiones... Todo sin trabajar. Pero, ¿de qué me sirvió? Cuando organizamos el gran asalto al Ministerio de Salud Pública, yo tenía una casa en Montevideo, seis camiones. .. Perdí todo, y lo que es más trágico, perdí prácticamente lo mejor de mi vida.

—¿Cómo organizaron ese asalto?

—Fue simple. Se trataba de robar el día de pago: diez millones y medio de pesos. Pero yo no quería hacerlo.

—¿Por qué?

—Estaba viviendo en Montevideo. Ahí me entero que los que trabajaban conmigo estaban por dar ese golpe. No quería hacerlo, lo veía demasiado peligroso.

Pero refexioné sobre un punto: uno de los que participaban era flojo; un tipo nervioso que podía entorpecer el trabajo, arruinarlo. Yo me dije: "Si los agarra la policía, aunque yo no esté metido me creerán complicado en el caso. Si estoy, en una de ésas las cosas salen mejor. Perdido por perdido, voy".

Y me vine, nomás.

—¿Cómo ocurrió todo?

—Limpiamente, a la perfección. Eramos cinco. Fue en el entrepiso del Ministerio. Nos alzamos con todo sin disparar un solo tiro. Pero algo tenía que salir mal, yo lo presentía.

—¿Y qué fue?

—Luego del robo (y siempre lo más delicado viene después), me llevé al flojo de marras conmigo a Montevideo para que no metiera la pata. Pero la había metido antes: anduvo diciendo cosas que no debía, le regaló un auto muy lujoso al hermano...

La cosa se supo y en Montevideo me entregaron .
Perdí todo: para colmo, mi esposa estaba embarazada.

En Buenos Aires me esperaba lo peor.

Villarino hace una pausa. Desvía el foco de la lámpara de cabecera de su cama que hasta entonces encandilaba su rostro. Enciende otro cigarrillo, sorbe un poco del café ya tibio, y permanece callado.

—¿Por qué dice que en Buenos Aires lo esperaba lo peor?

—Porque aquí aparece un comisario que se ensañó conmigo. Cuando me traen de Uruguav. este hombre pretende hacerme responsable de una cantidad de delitos que no había cometido. Cuatro o cinco de las cosas que mencionaba eran ciertas, pero el resto falso. Por si eso fuera poco, me quiso inculcar en un episodio ... como le diría.. . amoral que no tonía pies ni cabeza.

—¿De qué se trataba?

—En un hecho ocurrido en Don Torcuato. Habían apretado un boliche que se llamaba, si no me equivoco. El Caballito Blanco, donde violaron a once mujeres. En fin, un desastre. Yo le respondí a ese comisario que reconocía ser un delincuente, haber robado... pero que jamás habría hecho una cosa semejante.

Como buen porteño, creo que nada es más hermoso para un hombre que una mujer se le entregue: ganarla por picardía, por cariño, pero jamas por la fuerza. Porque si yo no tuviera la capacidad para afilarme a una mujer, la pago. Y todavía, le juro, no he pagado a ninguna. En fin, ese comisario le dijo una barbaridad a mi esposa, le gritó en la cara que yo era un violador de mujeres...

Cuando escuché eso me puso como loco. Pero no me hice cargo de todas esas cosas que me querían imputar.

—¿Dónde lo mandaron entonces?

—A la cárcel de Devoto. Allí permanecí hasta septiembre de 1958, cuando me evadí. Estuve cuarenta días en la calle. Finalmente me agarraron en un chalet de Boulogne. De nuevo preso: me enviaron a La Plata; de allí, a Devoto; luego, a la Penitenciaría; de allí, a Caseros, de donde me escapé el 17 de mayo de 1960. Estuve cinco días en la calle, hasta que me pescaron nuevamente. Lo hizo ese mismo comisario del que le hablé. Y pude haberlo matado ese día.

—¿Por qué?

—Yo estaba en un negocio de la calle Brasil cuando me rodearon.
Lo vi venir.
Entró, como quien dice, en el aire. La verdad, era un hombre de ir al frente.
Me adelanté y le puse la pistola entre ceja y ceja...
Pero tuve la suerte de poder pensar.
Bajé el arma, se la di y me entregué.

Un hombre puede tirar para defenderse si están por matarlo.

Eso no ocurría en mi caso y yo no era un asesino.

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