Seguidores

miércoles, 15 de julio de 2009

Delincuentes famosos,-archivo Siete Dias - 1974-

"UN CHICO CIEGO"

Cuando Viílarino se refiere a su padre, lo hace con culpa.

"El viejo hizo cualquier cosa para que no me convirtiera en atorrante —reconoce—: antes de pelearse conmigo me había comprado un camión para que laburara en el puerto.

Allí empezó la cosa. A la ida llevaba mercadería a los barcos; a la vuelta, cargaba contrabando: whisky, cigarrillos... Entre una cosa y la otra la plata empezó a venir fácil. Cada vez más fácil. Yo era un pibe ciego: sabía que me iban a agarrar en cualquier momento, pero lo único que atinaba a pensar era una cosa: Tanto me darán si robo cien pesos, como cien millones.

"Del contrabando pasó al robo a mano armada. Así, en 1949, a los 18 años, consuma su primer golpe de importancia: 283 mil pesos. De ese episodio sólo recuerda lo que hizo después: comprar una motocicleta de 12 mil pesos.

En 1951 cumple el servicio militar en el Ejército. Ese año conoce la cárcel por primera vez. El suceso que lo condujo a prisión se conserva fresco en su memoria:"El asunto estaba servido a la salida de un Banco. Cierta persona retiraba frecuentemente dinero en cantidad y el problema se reducía a un detalle: quitárselo.

Tres pibes estábamos metidos en la cosa. Y el día llegó. El hombre sale del Banco, en Cangallo y Reconquista, y arranca a pie para el lado de la comisaría segunda. Lo seguimos. A las pocas cuadras entra en un edificio.

Yo trás él. Debìa venir uno de los pibes conmigo, pero como temblaba de miedo le dije que se quedara campaneando en el hall. El otro debía permanecer en la calle. El hombre ingresa al ascensor. Yo también. Mientras subimos, saco el arma y lo apreto. No se resiste y me entrega el portafolios.

Bajo en el segundo piso y le ordeno que siga subiendo. Me obedece y antes de que desaparezca de mi vista abro un poco la puerta: se detiene el ascensor y queda trabado entre dos pisos. Bajo por la escalera. En la calle no encuentro a nadie: los dos compinches se habían esfumado. Sin pensar dos veces, tomo hacia la izquierda. Corro por la vereda mirando hacia atrás: en la esquina opuesta había un botón conversando con una mujer.

No me ve, pero yo lo vigilo a la carrera. Por eso, por andar con la cabeza dada vuelta, me llevo por delante a un tipo que venía caminando en sentido contrario.

Lo rocé, simplemente. Pero me largó una andanada de insultos. Ese choque fue fatal, ya verá por qué. Sigo disparando hasta que veo un tranvía. Entre irme a pie y motorizado, opto por esto último.

Subo, pago el boleto, y una vez dentro levanto el asiento y dejo caer el arma y el portafolios en esos recipientes de arena que llevaban antes los tranvías.
Me cambio de asiento: en el vehículo hay tres personas y las tres delante mío.

Nadie ve mis movimientos. Por la ventanilla observo la escena que se desarrolla en la calle: el tipo robado, la policía, el alboroto normal... El tranvía me lleva lejos, la perdiz estaba volando."Cuando llego a casa encuentro a uno de mis compinches: lo mandé al diablo y le di su parte. El otro ni apareció. A los siete días, estando yo en el Ejército (era chofer de un teniente coronel) me llaman desde la guardia: al parecer, el jefe me quería ver. Cuando llegué me vi cocinado en una sartén con tapa y todo: me estaban esperando todos los rati (policías) de la comisaría segunda.

Me llevaron allá para presentarme formalmente al señor que me había denunciado: un sargento jubilado que me conocía desde que era chico y que, fatalmente, era el mismo tipo con el que había tropezado en la calle el día del robo. Me comí tres años y medio".Se acerca uno de sus compañeros de pabellón: Trae más café. Los otros miran televisión. Un corto publicitario revela el "secreto" para convertirse en conquistador irresistiblle. No hay jovencita que eluda el influjo: las más despampanantes sucumben como palomas.

Los reclusos miran en silencio.

—¿Qué arma utilizó en ese hecho?

—Una Browning 7,65. Pero eso fue al comienzo. Después, con una 45, creía que el mundo era mío... Era un chico ciego, después me enloquecí más todavía.

—¿Por qué?

—Cuando salí de prisión seguí apretando. No tenía noción de lo que estaba haciendo, no me daba cuenta de que, poco a poco, hipotecaba mi vida.

En el año 57, salí de firme a meter caño: hice seis meses de robos continuados. Con un arma en la mano me sentía el dueño del país. Tenía 26 años y un rechifle de adolescente.

—¿No tropezaba con la policía?

—En esa época esto era el paraíso terrenal para trabajar: los agentes tenían, a lo sumo, una 45.

Usted agarraba el diario y descubría 40 ó 50 robos por día.
Hoy, por lo que leo y escucho, la policía se perfeccionó mucho: anda con ametralladoras, escopetas Itaka, lanzagranadas; patrullan permanentemente.

Fíjese en el diario cuántos robos de "arriba las manos" encuentra: a lo sumo, cuatro o cinco por semana.

Vea la diferencia.

En ese entonces yo andaba con un coche robado durante un mes, sin cambiarle las chapas. Mire, esté seguro de una cosa: buena parte de los delincuentes que se dedicaban a este asunto se marcharon del país.

—¿Y el resto?


—El resto está en el cielo.

No hay comentarios:

Archivo del blog