Seguidores

viernes, 17 de julio de 2009

El Maradona del vallenato, Julio Oñate Martínez

LA GACETA Literaria




El Pistolero de las Palabras



Domingo 12 de Julio de 2009 19:22


Un periodista de LA GACETA recorrió el Festival de Vallenato de Valledupar, de la mano del mayor exponente de ese popular género musical colombiano.

Por Miguel Velárdez. Para LA GACETA - Colombia.


EL MARADONA DEL VALLENATO.

Julio Oñate Martínez ya grabó más de 120 canciones.

En su tierra, es compadre de medio mundo.

GENTILEZA JULIAN LINEROS / FNPI

Valledupar es amarillo.

Una ciudad amarilla. La mayoría de las fachadas de las casas están pintadas de amarillo. La gente se viste de amarillo.

Los taxis son amarillos. Los comercios muestran siempre en las vidrieras algo amarillo. Es la cuna del acordeón, que tiene el fuelle amarillo.

La bebida preferida es el Old Parr, un whisky seco y ardiente de tonalidad amarilla. Las hojas de los árboles son verdes. Pero el sol les da un brillo tan especial que en su reflejo parecen amarillas.

Brilla tanto la ciudad y hace tanto calor que, al mediodía, cabe preguntarse si Valledupar alumbra al sol o es al revés como en todo el mundo. Sólo falta que la sombra sea amarilla. Tal vez un día suceda que la gente camine por las calles pisando su sombra amarilla. Puede que así sea, porque en Valledupar ocurren cosas increíbles.

Como aquella vez en que hubo una desesperante sequía que alarmó a los agricultores hasta que uno de ellos, ante el temor de perder la siembra, tomó una escopeta entre sus manos y agujereó a una nube gorda para que por fin cayera el aguacero.

En Valledupar, Julio Oñate Martínez es más conocido que el Old Parr.

Tiene la cabeza nevada como la Sierra de Santa Marta y los ojos como uvas rubias del vino torrontés. "De mirada penetrante", dicen las mujeres. Siempre está echando el cuento sobre los orígenes del Vallenato. Para cada ocasión, tiene una anécdota. En la calle, los taxistas dicen que si hay alguien que sabe de Vallenato ese es Julio Oñate Martínez.

También lo reconocen los intelectuales, los parranderos, los acordeoneros, las piloneras y los reyes del festival.Sabe mucho y lo demuestra en su lenguaje.

También con su silencio.

Piensa cada palabra antes de decirla. Sin ser el padrino de nadie, en Valledupar todo el mundo es compadre.

Compadre de aquí, compadre de allá, oiga compadre, qué vaina compadre. Julio Oñate Martínez es compadre de medio mundo.

Es tan delgado como una guacharaca tradicional y las venas marcadas en sus manos parecen un mapa de ríos.Desde antes de nacer, Julio Oñate Martínez andaba de pueblo en pueblo como los viejos juglares. Sus padres vivían en Valledupar, pero unos días antes de dar a luz, su madre tuvo un gran disgusto con su esposo.

Tras la discusión, la mujer armó el bolso y partió rumbo a Villanueva, a la casa de su madre en busca de contención.

A la semana siguiente, se produjo el parto y tres meses después, su padre fue a buscarlos para plantar raíces en Valledupar.Julio Oñate Martínez nació en los tiempos del papel crespón, el 13 de febrero de 1942, cuando las noches se alumbraban con lámparas de petróleo; se hizo adolescente en la época de los zapatos Triunfo Unión, y llegó a la juventud cuando estaban de moda los jeans Pantera Negra.

En la bonanza de la marimba (marihuana) se dedicó a la compra y venta de autos.

Pero era un negocio tan turbio que se salió rápido en unos meses. Trabajó en una multinacional como productor de agroquímicos. Se dedicó al cultivo de algodón, sembró arroz y, después se aferró a la ganadería. Ya era ingeniero agrónomo con título profesional en la Universidad de Tolima, pero andaba en tiempos de vacas flacas.

Había llegado a los 30 años, estaba casado, con hijos y era un hombre de siete oficios y 14 necesidades. Con el tiempo se convirtió en compositor de vallenatos. Sus canciones marcaron el folclore colombiano y ahora le sobran parrandas.

Todos quieren tenerlo cerca, buscan saludarlo y lo tratan con respeto: le dicen maestro. Su presencia jerarquiza la parranda.

Es el Maradona del vallenato.

Los sapos tenían ronquera

La primera vez que acordamos encontrarnos me citó a su oficina.

Un recinto de luz blanca, frío y silencioso, donde las paredes estaban repletas de premios por su trabajo en la agricultura y la ganadería. Pero su orgullo mayor está en las canciones que le fueron brotando como semillas en tierra firme. Esos vallenatos le dieron prestigio en Colombia.Hombre ocupado que carga dos teléfonos celulares, en público lo presentan como un constructor de la historia cultural de la región.

Durante veinte años investigó en los orígenes de esas raíces musicales hasta volcar sus conocimientos en el libro El ABC del Vallenato, una publicación que puede considerarse como una Biblia del género musical.Hoy en día, a los 67 años, sigue de parranda, dándole a la lata, bebiendo Old Parr, y cantando cuentos en ritmo de vallenatos. Tiene estirpe de acordeón. El orgullo de la vida parrandera está en sus genes.

"Despertarme con un acordeón sonando en la puerta de la casa -recuerda-, ver a mí papá bailando y el ambiente festivo que desde siempre se vivió en la familia marcó mi vida".Tiene memoria de elefante. Todavía recuerda cómo nació El Chaparrón, una de las canciones que sigue sonando en las parrandas.

Comenzaban los 80, cuando el cultivo de algodón era el eje de la economía regional. Los bancos otorgaban préstamos con cheque en blanco.

Era un cultivo generoso y había visto gente que se hacía millonaria de la noche a la mañana. Firmó un pagaré en el banco, contrató a un capataz, convocó a los peones y compró dos tractores. Comenzó a sembrar un 20 de julio, porque se sabía que siempre llovía a fin de mes o a comienzos de agosto.

Estaba tan entusiasmado que había arrendado 150 hectáreas. Después de ocho días empezó a preocuparse. La semilla estaba en el suelo y no caía una gota de agua. Cerca de la casa había una laguna que se formaba en la parte baja del terreno. En esa laguna había muchos sapos, que por las tardes croaban y croaban.

Al escuchar a los sapos, los peones gritaban que llueva, que llueva.

El insomnio le ganó de mano a la angustia. Pensaba, día y noche, cómo iba a hacer para pagar el crédito del banco. Todo le parecía un mal presagio.

"Estaba tan endeudado -relata- que se me cruzó por la cabeza la idea de hacer lo que hacía todo el mundo cuando andaba en apuros: "huir pa' Venezuela".

En los tiempos de sequía, algunos agricultores sacaban al santo patrono en procesión. Julio Oñate Martínez estaba desesperado. Agosto crecía en el calendario y la lluvia no llegaba.

Una tarde en la que los sapos no paraban de croar, pasó cerca de la laguna y oyó gritar al capataz: "estos sapos tienen ronquera". No quería resembrar.

Para él era una señal de frustración.

Se sentía impotente. Los demás agricultores también estaban preocupados, pero él tenía el orgullo del novato y todas las deudas pendientes.

La bronca le nacía por dentro. Envalentonado, buscó la escopeta que guardaba el capataz, salió corriendo con el arma en la mano, se paró en medio del cultivo, le apuntó a una nube y le disparó cuatro tiros.

"Lo hice como un ritual -asegura-, con mucha convicción de que iba a llover… y llovió al día siguiente".Llovió por fin lo suficiente para salvar la siembra.

Julio Oñate Martínez tenía otro semblante. Estaba tan aliviado que después del aguacero le quedó en la memoria aquel grito del capataz.

Repitió la frase hasta convertirla en una canción.

Y los sapos tenían ronquera…/ compadre yo me estaba enloqueciendo / después de haber sembrado mi algodón / porque la semilla se estaba muriendo / y San Pedro no mandaba el chaparrón…

Julio Oñate Martínez tenía la canción en la memoria.

Entusiasmado organizó una parranda. Repartió Old Parr y nadie dejó de hablar del aguacero. En medio de la fiesta desenroscó el acordeón y estrenó su vallenato ante los amigos. La canción tuvo mucho éxito. Es un clásico del género. Su primer encuentro con la fama fue gracias a que los sapos tenían ronquera.

Aquella fue la primera y última vez que Julio Oñate Martínez le hizo disparos a una nube y se convirtió en compositor vallenato.

De su autoría, ya se grabaron 120 canciones.

Es un pistolero de las palabras.

A la hora de componer, casi siempre empieza con un sonsonete, que después será el estribillo. Como un orfebre va incorporando los detalles que rodean al personaje o a una situación. En la mente va guardando sus letras y el acordeón le ayuda a definir la melodía. Su costumbre es tomarse unos tragos para estimular la musa.

"Si uno se queda pica'o -admite-, las canciones le salen rápido y ahí nomás las quiero presentar en sociedad. Es como querer dar a luz a un hijo".

El festival amarillo

Hoy en día, el vallenato suena en la radio, en la televisión, y hasta en los ring tones de los celulares. Pero muchos años atrás, cuando la gente andaba de parranda, los primeros juglares hacían caminatas de 20 días para cantar de pueblo en pueblo, donde les nacían nuevos amores.

El abuelo de Oñate Martínez llegó a tener 47 hijos. "El acordeón era un arma de seducción -asegura-, cuando no había radios, ni teléfonos, ni discotecas". Julio Oñate Martínez suele decir que en la parranda hay un desorden bonito, cuando llega el acordeón. Tiene de un lado al cajero y del otro al guacharaquero.

Debajo del mango, los parranderos reparten Old Parr en una copa del tamaño del dedo pulgar.

El Festival de Vallenato sigue en Valledupar.

La alegría de la gente se nota hasta en las calles. Durante el día, la música suena a todo volumen en los automóviles. Por las noches, el Parque de la Leyenda Vallenata congrega a miles de personas para ver el show de las figuras más exitosas. En las tribunas se percibe una fiebre de alegría. La parranda no tiene fin.

Hay fiesta en todas partes.

Con micrófono en mano, Oñate recuerda que hubo otros tiempos en que era posible cantarle una serenata a una enamorada con un cantante de fama como el maestro Rafael Escalona, Fredy Molina o los hermanos Zuleta. Pero los tiempos han cambiado -advierte- y ahora que se han vuelto famosos piden mucha plata. Entonces compuso una canción de protesta contra los cantantes de fama. Es un merengue -anuncia, mientras suena el acordeón-, inédito, que dice…

Había pensado en Silvestre / porque te gusta su canto / pero me ha pedido un billete / que no lo tiene ni el banco…El festival se va apagando. Ya no habrá más días de parranda, ni noches de recitales.

Las luces del Parque de la Leyenda Vallenata se enfriarán hasta el año siguiente.

Los parranderos regresarán a sus labores cotidianas. Los turistas dejarán la ciudad. Los cachacos volverán a Bogotá.

Julio Oñate Martínez grabará su nueva canción La Tula.

En cada rincón se oirá un vallenato en homenaje a Francisco El Hombre.

El nuevo Rey del Vallenato tendrá su reinado hasta 2010, pero Valledupar seguirá brillando por más tiempo.

Mantendrá el amarillo que la identifica, porque ese color está en su naturaleza, en las comidas, en las casas, en la gente, en los comercios, en los taxis, en el acordeón, en el whisky y en el corazón… de la bandera colombiana.

© LA GACETA

Miguel Velárdez - Periodista de LA GACETA. Fue becado por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), que preside Gabriel García Márquez.

No hay comentarios:

Archivo del blog