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domingo, 12 de julio de 2009

Cuento Corto,enviado por moleskin.com Título El Moriarity

El Moriarity.

Autor: Gonzalo Cordero Sanz

By vagamundosmoleskin

Hace no mucho tiempo decidí vivir en los lugares que no me llevaran a ser algo, a ganarme la vida en trabajos que no llamaran la atención. Quería pasar desapercibido no tanto para el mundo como para mí mismo. Contrariamente a todas las teorías viajeras buscar mi yo carecía de importancia. Como me dijo alguien, en circunstancias no confesables, viajar es hacerse más pequeño a cada paso, hasta que un día te vacías por completo y te sorprendes un extraño. Si algo quería era desconocerme, sabía que en los puertos del norte tendría trabajos esporádicos y por eso me dirigí allí. Trenes y cientos de kilómetros de cultivos fueron la visión de aquellos primeros días hacia el norte, las estaciones de ferrocarril eran lugares de paso donde buscar un hueco al saco de dormir y comprar un trozo de queso y una botella de vino.

Así fue como llegué al mar y así fue como conocí a Esra Teker en un club de jazz de Rotterdam la misma noche de mi bajada del tren. Vestía una camisa blanca, pantalones vaqueros y estaba apoyada en la barra bebiendo un gin-tonic mientras seguía los dedos del saxofonista. Pasamos varias noches recorriendo los callejones de la ciudad vieja sumidos en las jazz-sessions y las drogas de un grupo de músicos portuarios que nunca eran los mismos. Al amanecer buscábamos un sitio cómodo en el muelle, nos tumbábamos arropados bajo mi saco de dormir abierto y observábamos a los estibadores subir y bajar de los mercantes y las maniobras de las barcazas hasta que nos quedábamos adormilados.

Durante el día caminábamos haciendo equilibrios entre las maromas o fumábamos marihuana con los marineros en claustrofóbicos camarotes de hierro. Conocimos a varias tripulaciones y comencé a ganarme algunos florines ayudándoles en trabajos de carga y descarga en barcos de paso. Esra se tumbaba escondida sobre los fardos apilados y allí se quedaba dejando pasar las horas sin moverse con la mirada perdida entre las nubes. A veces la veía alejarse por las escalerillas de algún barco con uno de los marineros cogido de la mano o con un enorme cuaderno de colegial donde escribía sus poemas.

Nunca parecía tener prisa por regresar a la pequeña habitación que tenía alquilada. Sobre aquellos viejos tablones había miles de hojas, entre poemas, ensayos y novelas que ella misma había escrito y que yo sabía que nunca serían publicados. Cuando le propuse encargarme de buscar un editor para sus obras se rió y dijo que quería que nos amasemos sobre la cubierta del Moriarity, un barco americano medio desvencijado que llevaba arrastrándose con la panza llena de carga desde los años cuarenta. Más tarde, supe que había llegado en aquel barco desde San Francisco.

Sólo alguna vez, Esra metía sus manuscritos en sobres que enviaba a amigos que había conocido en otros lugares del mundo. Le gustaba sobre todo que vaciáramos botellas cuando leíamos.

Siempre decía: “¡Bebamos hasta que olvidemos los nombres de los escritores!, ¡Bebamos hasta que se diluya lo que hemos leído!, ¡Bebamos hasta que no reconozcamos nuestros rostros!, ¡Bebamos hasta que desaparezcan todos los cabrones del mundo!”

Una de esas noches desapareció y durante varios días la busqué por los barcos sin fortuna.
Sentí entonces que era el momento de moverme. Después de aquellos meses en el puerto no me fue difícil encontrar un trabajo. Varios días después me embarcaba contratado para el montaje de una plataforma petrolífera en un remoto lugar del Mar del Norte.

Sin saberlo, navegaba hacia la nada más absoluta, un mundo sin referencias, un barco en un horizonte abisal. Atrapado en una maraña de anclas y hombres sin coordenadas me balanceaba en medio de un mar siempre tempestuoso. En el tiempo que estuve allí el viento nunca dejó de soplar. Las olas, que a menudo alcanzaban los 12 metros, obligaban a detener el trabajo durante días. Estos períodos de irónica holganza entre salvajes movimientos de hierros y aceros acababan sumiéndome en un lánguido mareo que duró hasta mucho tiempo después de regresar a tierra. La plataforma se construía mediante enormes módulos.

Las descomunales formas nos sobrevolaban colgando siniestras de las grúas antes de sumergirse en las profundidades. Allí eran fijadas por buzos que trabajaban a unos 90 metros de profundidad. En superficie, los hombres trabajaban a diferentes alturas, unos por encima de otros manipulaban pesadas piezas, soldaban, sellaban o fijaban las grúas que levantarían a unas grúas aún mayores. Entre todos, vestidos con llamativos chalecos salvavidas, conformábamos una imagen lejana en el centro de aquel universo gris. Si uno intentaba evadirse mirando al mar se encontraba un enjambre permanente de lanchas ligeras que daban vueltas en previsión de los hombres que pudieran caer de la plataforma.

La temperatura del agua apenas dejaba a un hombre sobrevivir más de tres minutos flotando. Los accidentes eran muy frecuentes debido a la caída de herramientas o piezas de los equipos de altura y el vuelo del helicóptero trasladando heridos se convirtió pronto en un hecho habitual.

Ignoro cuánto tiempo pasé en aquel campo de concentración voluntario. Pero puedo intuir que mi decisión de partir la provocó Esra. Una noche soñé con ella. Estaba sentada en una mesa de taberna junto a un hombre que permanecía en la penumbra, sus voces me llegaban como un murmullo y aunque no pude entender de qué hablaban, el nombre de un lugar quedó grabado en mi memoria cuando desaparecieron alejándose en una cálida noche tropical: Corfú.

Al día siguiente, habiendo despertado mi natural tendencia a la mudanza y al no quehacer, volví a los trenes que iban rumbo a Europa del Este. Me preguntaba si Nando, un amigo del que mis últimas noticias eran que trabajaba para el MPDL en Albania, seguiría por allí.

A Esra no volví a verla hasta dos años más tarde, cuando me la encontré en Estambul, acodada en la borda de un transbordador. El ejército la había torturado en el este confundiéndola con una extranjera simpatizante del PKK y tenía una orden de expulsión para el día siguiente. No hablamos de ello, bebimos, me leyó unas páginas de Los Alimentos Terrenales, de Andre Gide, y se quedó dormida. Por la mañana sólo encontré el libro de Gide sobre la cama.

Después no volví a saber de ella hasta que me llegó esta carta sin remite y con un matasello borroso e indescifrable.



Viernes 14 de abril

Cielo despejado y viento constante del norte. Fuerza 3.



Querido estibador, siento que pocos conozcan ciertos olores. Cada vez hay menos: eso es lo único que me apena. Conservo las botas que me regalaste aunque ahora cuelgan del gancho de un camarote. Navego en un barco carguero de bandera panameña. El clima todavía es cálido, suelo dormir en cubierta.



Domingo 16 de abrill

Algunas nubes dispersas, mar rizada, viento constante del norte. Fuerza 4.



He subido hasta la cofa y los hombres se veían diminutos sobre la cubierta. Apenas he mirado al mar ni al horizonte. Me he concentrado en la superficie de hierro oxidado, el planeta flotante y los seres pululando sin orden aparente.

Alguien me gritó desde arriba que bajara, pero allá en lo alto no sabes cómo subes ni cuándo vas a bajar.

Me quedé esperando la tormenta.



Miércoles 18 de abril

Mar en calma. Cielo despejado. 35 grados centígrados.



El capitán ha intentado acosarme en un par de ocasiones. Anoche la fosforescencias de una beluga acompañaron al barco hasta el paralelo 30. Sigo escuchando jazz y durmiendo en cubierta.





Sábado 21 de abril

Temporal del oeste, olas de seis metros, viento de poniente. Fuerza 7.



Media mañana, ahora mi madre estará repartiendo la compra por los armarios mientras se pregunta si volveré para Navidad. Seguro que tiene la televisión y la radio compartiendo privilegios y sonando a un tiempo.

Nico se pasa el día colgado, apenas sale a cubierta y está relevado del trabajo. Dice que siempre se embarca para alejarse de las drogas, pero que olvida dejarlas en casa.

Las nubes nunca paran de pasar.



Domingo 22 de abril

Continúa el temporal del oeste, fuerte aguacero, cielo encapotado, olas de diez metros, viento de poniente. Fuerza 8 con rachas de 9.



Estaba pensando si tus queridas locomotoras podían llegar a estar tan vivas como contabas.

Me enrolé como ayudante de cocina. Hoy el trabajo se ha convertido en un verdadero infierno.

Mira bien dónde colocas tu inseparable saco de dormir. Los trenes de hoy en día cabalgan muy rápido y podrías salir volando mientras lees uno de esos libros de filosofía zen.

Apenas somos capaces de mantenernos en pie y un golpe de mar ha volcado las cacerolas llenas.

Es curioso, desde que era muy pequeña no he vuelto a montar en tren.

Serviremos comida fría.



Martes 24 de abril

Las condiciones apenas han mejorado, olas de ocho metros, viento de poniente. Fuerza 9.



El primer oficial, Martín, ha desaparecido. Ayer me dijo que había vuelto a ver a la beluga. Nadie le ha visto desde las 02:00 horas, hemos encendido los proyectores hacia el mar y nos hemos quedado esperando el tiempo que debíamos. Sigo pensando que te gustará conocer los bosques de Alaska: hay cientos de millas sin vallas para caminar. Allí vive mi amigo Dean. Podrías buscarle en su cabaña y decirle que todo va bien. Necesitarás tu saco de plumas si quieres subir con él a las cumbres. Imagino que subirás con una botella de vino. Ten cuidado.



Miércoles 25 de abril

El viento ha rolado a noroeste. Y el mar de fondo ha vuelto a crecer, olas de hasta 12 metros. Fuerza 10 de viento noroeste.



El temporal está arreciando. La tripulación no entiende por qué el capitán mantiene el barco casi parado dejando que las corrientes nos desvíen hacia el frío sur. Todos queremos salir de aquí.

Nico tiene los brazos destrozados. Tengo que ayudarle a pincharse.



Jueves 26 de abril

Fuerza 8 de norte. Olas de ocho y nueve metros.



Motores a toda maquina, no conseguimos saber si avanzamos algo. El barco apenas gobierna.

Hoy no salimos a cubierta. He llevado despacio al capitán a mi camarote. Estaba un poco ido, ha vomitado varias veces y se ha dormido.



Viernes 27 de abril

Posición desconocida. Olas de nueve metros.



Las máquinas y todos los instrumentos de navegación han dejado de funcionar, el barco se encuentra a la deriva recibiendo violentos golpes de mar. Permanecemos todos dentro menos el capitán. Su figura se yergue titánica desde el amanecer bajo las fauces de las olas.

En Frisco siguen Steven y Cristine. Me gusta su casa cubierta de alfombras y almohadones donde pasar los días entre aromas de hiervas aromáticas y marihuana fresca. Nico y yo estaríamos más cómodos allí.



Fecha desconocida.

La tempestad continua.



Ignoro los días que han pasado.

Tengo el cuerpo magullado por las sacudidas, pero me encuentro bien. La luz de las rompientes me relaja.



Fecha desconocida.

Mar en calma, cielo encapotado, hace un frío glaciar.



La galerna ha desaparecido por completo. Una calma absoluta reina en el océano, sin embargo, el mar tiene un color extraño, demasiado negro, demasiado denso. Parece haberse convertido en una gran masa viscosa que nos bambolea suavemente despidiendo un desagradable hedor. El capitán no sale de su camarote. Los motores siguen sin arrancar.



Fecha desconocida.

Mar en calma, niebla intensa, visibilidad nula. 25º bajo cero.



Hace días que una niebla espesa no nos deja ver mas allá de las bordas. La luz llega fragmentada. Usamos gafas para protegernos de los reflejos astillados de la infernal niebla y de su desaliento, hemos vuelto a bajar a ver las máquinas. Continúan paradas.

Sentada releyendo los mismos libros.

¿Que pasará mañana?.



Fecha desconocida

Ni una ligera brisa. Visibilidad mínima. 27º bajo cero.



La niebla se ha levantado levemente y hemos descubierto que navegamos a la deriva seguidos por una superficie misteriosa en movimiento. Algunos marineros dicen haber visto al anochecer oscuras formas que aparecen y desaparecen a unos metros del barco.



Martes 31 de abril

El océano continúa muerto. 30º bajo cero.



El capitán me ha llamado a su camarote. Nadie le había vuelto a ver desde que acabó el temporal. La cámara estaba en penumbra. Me dijo que me sentara. Su voz sonaba débil y temblorosa. Cuando me acerqué no le reconocí. El miedo asomaba a un ojo desorbitado; el ojo izquierdo estaba tapado con una densa cortina negruzca de tonos brillantes que le privaba completamente de la visión. Una botella de aguardiente cayó sobre la mesa desvelando el misterio del castigo, su ojo tuerto.

En medio de la tempestad, las escotillas de su cámara habían saltado hechas añicos por el viento, y una ola hueca entró rompiendo toneladas de mar, hundiéndole en un remolino de espuma que no le dejaba respirar. Fue una lenta agonía que duró hasta que perdió el conocimiento.

Al amanecer, le despertó un intenso olor a pesca y descubrió los estantes y las paredes cubiertas por una sustancia oscura y gelatinosa. Llevaba una escama negra en el ojo y fuera, en cubierta, hacía un día luminoso. Fue el primer día de calma.



Fecha desconocida.



Esta mañana, extraños seres bulbosos han amanecido escarbando en la sentina túneles, laberintos, que han avanzado hacia mi último sueño. Hubiera querido dormir más, al menos unas horas, el tiempo de escuchar el ruido del tambucho contra la botella y saber que seguía ebria, saber que aún podía recuperar los primeros minutos, los que me acercaron a aquel sueño, pero sobre todo regresar a la cubierta del Moriarity y rehacer una historia…

En el botiquín ya no queda morfina. Si estuviéramos haciendo dedo podríamos bajar hasta el sur, siempre hacia el sur. Creo que allí todavía quedan ciudades donde los clubs de jazz no tienen porteros.

Varios marineros han sufrido unas extrañas congelaciones en las manos. El color grisáceo que se ha extendido por sus miembros es idéntico al del mar.



Fecha desconocida.



Nico ha muerto. Le encontré tumbado en su camarote esta mañana. No fui capaz de separarme de él durante horas. Coltrane, Nico y yo. Ellos dos muertos, mierda.

Han arrojado su cuerpo al mar. Parecía no querer hundirse.



Fecha desconocida.



Entonces no me di cuenta. Vi el brazo izquierdo de Nico colgando de la litera, la jeringuilla en el suelo, junto a una gotas de sangre y todo su brazo recorrido por un pútrido hilo negro y viscoso.

Ahora entiendo sus gritos y maldiciones en los días anteriores a su muerte. Desesperado, trataba de zafarse de aquello que reventó las escotillas del capitán, lo mismo que entró en mis sueños… lo mismo que nos lleva a la deriva desde hace semanas…



Más días…



Las sombras nos quieren y sé que tendrán a muchos. Desde dentro horadan despacio, en círculos concéntricos, acorralando al individuo contra las paredes de su piel. Y luego el desenlace; se precipitan desde el mástil, por las venas o la borda, hacia sus entrañas.

Lo veo en sus caras. Pronto serán también parte de la nada.

Yo estoy a salvo, me niego y me ausento.

Si tocas Valencia, no olvides pasar por el Calabuig. Allí está siempre Hassan: Sabrá quién eres.

Un pretel de las nieves ha caído sobre cubierta y no ha sido capaz de levantar el vuelo a pesar de su aleteo agónico. Inmóvil, con las alas extendidas, forma ya parte de esta tripulación espectral.



Después…



Melmoth, llegó anoche. Le confundí contigo. Llevaba tu camisa y tu sonrisa. Os esperaba desde hace tiempo. Así se lo dije. No pareció importarle y los tres vaciamos 100 botellas, mientras Toots bendecía ‘Round Midnight.



El último folio estaba rasgado por la mitad, cortando varias frases, que así resultaban ininteligibles. Sólo al dorso añadía: Vuelvo al Moriarity.

Encontré la carta en la casa de mi primo en Essaouira.
Alguien la había enviado por ella a la dirección de mis padres en Madrid, única dirección que debía constar como mi residencia en bases de datos oficiales y comerciales. Reconozco haber leído esas líneas una y otra vez, tratando de imaginar a Esra entrar y salir de tan asfixiante travesía, y siempre me he encontrado perdido.
Ahora veo mi error.
Tratar de encajar a Esra en una historia real, tal como la viven el resto de los mortales, es desconocerla totalmente. Volver al Moriarity, buscando un reencuentro, un revivir aquellos días, habría sido matarla con mis propias manos. Por eso, dejo a los días que fluyan tranquilos hacia puertos y botellas comunes, y a los vientos confío su existencia… y la mía.

Etiquetas: 2009, Concurso, cortos, ediciones del viento, moleskin, narrativa, relatos, vagamundos, viaje

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